OPINIÓN
Los candidatos y mis pesadillas electorales
Tras un mes de campaña, Kichi, Fran, Juancho y Domingo son mis compañeros de sueños
Eran las cinco de la tarde cuando llegué a su consulta. «Pase señor García, túmbese y sígame contando. Estamos haciendo grandes progresos». Era un día de mayo de mucho calor. Me desabroché un botón de la camisa y, sobre el diván, empecé a relatarle a ... mi psicóloga la última de las pesadillas que me había aterrado hacía sólo un par de noches.
«Pues verá, en esta ocasión estaban juntos todos los candidatos. Estaba Kichi, estaban Fran, Juancho y Villero. Cuatro hombres, cero corbatas. Fue horrible. Me quise acercar a Kichi pero no lograba avanzar, él se iba alejando mientras decía que no nos daba entrevistas porque hacía unos años en mi periódico habíamos puesto quinta a su comparsa cuando era, para todos y todas, un ‘uno’ clarísimo. Yo no entendía muy bien de lo que me estaba hablando y fui a preguntarle a Fran que, de pronto, tenía la cara de Pedro Sánchez. Él me explicaba que José María era un candidato estupendo y que tratara de acercarme pero, justo después, decía que el señor González no era de fiar y que cuanto más lejos, mejor». «Vaya, veo que los psicofármacos no están actuando bien –acotó mi terapeuta–, continúe, por favor».
«A la desesperada, traté de buscar al candidato del Partido Popular. Él me ayudaría. Estuve buscando el logo por todas partes, el nombre del partido, pero nada, sólo podía ver un gigantesco corazón rosa que tenía, al lado, centenares de tablas de surf y unos pilotes sobre el mar». «Me parece, señor García, que está usted peor que cuando soñaba con Albert Rivera», apuntó la especialista mientras garabateaba en su libreta antes de pedirme que prosiguiera. «El sueño se hacía más y más confuso; vi por detrás a Pérez Dorao y a Fernández-Trujillo y me dirigí a ellos pero, a mi llamada, se volvieron y me mostraron el rostro de Villero. Me ofreció su mano tendida pero, cuando le pregunté por el resto... ya no recuerdo mucho más». La mirada inquisitoria de la psicóloga me hizo reconsiderar mis últimas palabras. «Bueno, realmente, se escuchaba durante el sueño un grito que me preguntaba ‘¿por qué me dejas fuera, por qué no puedo participar en este debate onírico’. Mi cerebro me despertó antes de que empeorara la pesadilla». Ella me miró y tras echarle un vistazo a mi historial lanzó un fastidioso suspiro. «Si continúa usted buscando algo de sentido a lo que ha leído y escuchado en estos últimos meses no tendrá mejora. Tómese unas vacaciones y vuelva dentro de cuatro años. En recepción, le cobrarán. Cuidado al salir, que da portazo».