Ramón Pérez Montero - OPINIÓN

Campano

Los conocimientos aprendidos responden a una idea industrial del traspaso de los saberes

La inteligencia humana posee dos poderosas raíces que nos permiten nutrirnos de dos diferentes clases de saberes. Una es la raíz ancestral que se pierde millones de años atrás, cuando comenzamos a mirar el mundo erguidos sobre nuestras dos piernas. La otra es mucho más moderna, data de la época en que hicimos del conocimiento un arma con la que someter a la naturaleza. Voy a referirme a ellas respectivamente como la de los conocimientos transmitidos y la de los conocimientos aprendidos.

Los conocimientos transmitidos son aquellos que, pasados de una generación a otra, de una cultura a otra, nos permiten vivir en armonía con el mundo y obtener de él sólo lo que necesitamos para ser razonablemente felices. Los conocimientos aprendidos responden a una idea industrial del traspaso de los saberes. Se fundamentan sobre un método de aprendizaje que posibilita incrementar el conocimiento de la naturaleza para poder explotarla sin compasión en el convencimiento de que ahí está la clave del poder del hombre y su única forma de dicha.

En estos días he vuelto a hablar con Antonio Campano. En realidad su apellido es Ladrón de Guevara, pero todo el mundo lo conoce por ese apelativo que conserva resonancia a bronce antiguo y palabra profunda. Antonio pertenece a esa estirpe de hombres nacidos y criados en el campo. Esa genealogía mítica que se remonta a los tiempos en que los primeros pobladores de estas tierras se enfrentaron al toro salvaje y, de esa pelea, nacieron sus primeros héroes culturales. Toda su vida profesional transcurrió entre el ganado bravo. Donde una persona normal sólo alcanza a ver una masa indiferenciada en la manada, Antonio, incluso a en la distancia, percibe a cada animal como un ser individual, no sólo dotado de características físicas perfectamente definidas, sino diferenciable en base a su comportamiento.

Esta fina percepción de los matices sólo se obtiene por medio de la raíz de los conocimientos transmitidos. En ese proceso lento de aprendizaje que nunca culmina y cuya academia es el propio campo, con horarios de madrugadas a crepúsculos, la manta al raso cuando así lo exija la tarea, el despertador de los cencerros y el temor vencido a las aguas, a los soles y a los vientos. Así adquirió esa sabiduría que le dota de equilibrio como persona y esculpió su honrado corazón de ser humano.

Ahora, la vida, esa jueza implacable que en la mayoría de las ocasiones no se apiada de nadie a la hora de pedir cuentas a todo aquel que se ha conducido en el exceso, y que en otras, en cambio, los deja ir de rositas, con Antonio se está comportando de manera totalmente injusta. Le está aplicando un castigo que no se merece a este buen hombre que ha mantenido siempre un escrupuloso respeto con los animales, y también con los hombres, y guarda intacto todo ese tesoro interior en el viejo arcón de esa humildad de la que siempre hizo gala. Estoy convencido de que su ánimo sereno y su fuerza aquilatada le ayudarán a salir de este duro trance.

En estos tiempos en que vivimos, en los que los hombres utilizan sus saberes aprendidos en una vida entendida como lucha por imponerse a los demás, una lucha que sólo conducirá a la propia autodestrucción, hombres como Antonio Campano aún tienen algo que decirnos acerca del verdadero sentido de la existencia y el modo de ocupar nuestro lugar en el mundo.

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