Yolanda Vallejo - OPINIÓN

Cambio de sentido

Le debemos al marxismo mucho más de lo que creemos. Al de los hermanos Marx, claro está

Y. V.

Le debemos al marxismo mucho más de lo que creemos. Al marxismo de los hermanos Marx, claro está; al marxismo de Una noche en la ópera, al de los dos –o tres- huevos duros, al del abarrotado camarote, al de nunca olvido una cara, pero en su caso, estaré encantado de hacer una excepción, y al de la parte contratante de la primera parte, que se ha convertido en la base de la sociolingüística política que impera en la actualidad. Les debemos mucho a los hermanos Marx.

Incluso les debemos cosas que nunca dijeron pero que, visto lo visto, no podían estar mejor atribuidas. «Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros» parece el título preliminar de la ley del deseo por la que nos regimos habitualmente, sin ningún cargo de conciencia. Lo que venía siendo el castizo «donde dije digo, digo Diego», pero en versión yanqui, lo que le confiere una pátina de internacionalidad que nos tranquiliza bastante.

Quizá tenga algo que ver el descrédito de la palabra, y eso que como dice Alberto Manguel, estamos hechos de palabras, «las palabras confirman nuestra existencia y nuestra relación con el mundo y con los demás». Porque nunca, como ahora, la palabra había cotizado tan bajo en la bolsa de la vida. Nunca había valido tan poco. Olvidados los tratos de palabra con los que los caballeros de antaño cerraban sus pactos, olvidada aquella palabra tuya que bastaba para sanarme, y olvidado el honor de la palabra, hasta el silencio tiene mayor sentido.

Y no. No pienso hablarle más del tema catalán. En primer lugar, porque hemos hablado tanto, que añadir algo más solo serviría para saturar la solución del problema. En segundo lugar, porque hay silencios tan elocuentes, o más, que las palabras; y en tercer lugar, porque creo que los ciudadanos nos merecemos algo más que tres tazas de sopa de ganso. Ya está bien de tanta comedia, con actores tan malos, además. Ya está bien de tanto giro inesperado, de tanto cambio de sentido.

Porque hay vida más allá del desafío independentista , aunque en algunos momentos nos hayan hecho creer lo contrario. El mundo gira, las noches se alargan, la gente se ama, el paro sube, se elaboran los presupuestos de la Junta de Andalucía, los niños crecen, los servicios sociales de nuestra ciudad trasladan su problema a otra calle, cierra el plazo de inscripción en el COAC, Martínez Ares le cambia el nombre a su comparsa , y el Consejo de Hermandades y Cofradías propone un cambio en la carrera oficial de la Semana Santa.

La culpa es del acoplamiento -ese término tan cofrade- que cada año se convierte en un quebradero de cabeza para la organización de los cortejos procesionales. Ya lo sé. Usted tampoco lo entiende, porque siempre son las mismas procesiones, los mismos días, los mismos horarios y con el mismo recorrido . Pero aunque ni usted, ni yo lo entendamos, el acoplamiento es la madre del cordero.

Un cordero que cada pascua se hace más grande y tiene los cuernos más retorcidos. Quizá porque cada año la Semana Santa tiene más de desfile que de penitencia, y cada cofradía requiere un 'sambódromo' –perdón por mezclar corderos, churras y merinas- a su medida.

La última moda es coger por calles insólitamente estrechas –superada ya la plusmarca de Santiago- y buscar, dicen, la imagen inédita, imagino que porque los reportajes de fotos les salen siempre igual. Así en los últimos años habrá visto usted como bailan los itinerarios y cómo cobran protagonismo calles que hasta hace bien poco estaban fuera de los circuitos procesionales. No es la primera vez que pasa. Hace unos años, la calle San Pedro se convirtió en alternativa oficial, con la excusa del botellón en la plaza Mina, y en los dos últimos años la calle San Miguel se ha desvelado como un rincón cofrade nunca antes imaginado. Cosas que pasan.

El debate está en la calle. Cambiar la carrera oficial es el objetivo. La propuesta del Consejo no parece –no me parece- la más razonable, ya que comienza en mitad de una calle y termina en mitad de otra; alarga excesivamente los recorridos y deja a la Catedral en un segundo término. Pero tiene sus defensores, y son muchos. Los mismos que abogan por recogerse cada año más temprano con la excusa de que hay poco público en la calle –lo dije antes, desfiles, no procesiones- y los que están deseando coger por Canalejas o por Columela. Cuestión de gustos, claro está.

Lo bueno es que el Consejo también s e ha dejado llevar por las políticas marxistas –de Groucho, no me vaya a malinterpretar- y ha anunciado que cualquier cambio será «a modo experimental, únicamente para la Semana Santa de 2018». Lo que le decía antes, estos son mis principios pero si no le gustan, tengo otros. Siempre queda la opción de volver «a la normalidad» –como si lo propuesto, ya naciera como algo anormal- o seguir dándole vueltas al asunto.

Ya ve. A todo se acostumbra el cuerpo. Incluso a que lo que vale para hoy no valga para mañana. Es el precio de la provisionalidad por la que transitamos.

Y a pesar de esto, la vida se abre camino , aunque a veces, parezca que no tiene sentido.

Cambio de sentido

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