El que vota no importa

La vieja tradición de los «cuneros» o la cesión de escaños demuestra que los representantes no respetan a los representados

Cada campaña electoral –y bien frecuentes que han sido en los últimos cinco años– nos volvemos a encontrar con la figura. Es el llamado «paracaidista» o «cunero». Es un dirigente político que nada tiene que ver con el territorio que va a representar, que no ... conoce ni tienen vínculo con los lugares en los que va a pedir el voto. Pero lo pide y, asombroso, lo obtiene. El fenómeno se ha repetido en Cádiz , y en otros muchos sitios, desde los años 80 casi sin interrupción. El «cunero» es parte de la política nacional como los leones del Congreso. En concreto, su uso se implantó durante la Restauración. Se llamó así a los cargos que el Gobierno de turno —liberales y conservadores pactaban sus pasos por el poder— colocaban en determinadas circunscripciones con el propósito de asegurarle un escaño. La mera presencia en las listas, pongamos por Cuenca o por Cádiz, era motivo más que suficiente para que el «cunero» tuviese presencia en las Cortes. «Paracaidistas» sin ninguna relación con el territorio pasaban por su provincia de vez en cuando a pastorear al líder local, momento que aprovechaban para comer en el casino del pueblo.

El cunerismo ha sido una práctica común durante la democracia. La Constitución decidió, quizá contra la lógica del estado de las autonomías, que la circunscripción electoral fuese la provincia, un invento del siglo XIX que se ha mostrado tremendamente eficaz. Esa decisión ha condicionado, en primer lugar, los resultados electorales estableciendo un reparto de poder no arbitrario. En esta provincia hemos tenido cuneros en las listas desde que existe memoria. Notables de Madrid, Cantabria o País Vasco que aparecían en las listas al Congreso para garantizarse el escaño por razones estratégicas. Fernando Grande-Marlaska no es el primero. Ni siquiera está entre los diez primeros. Han sido muchos. En todo caso, es el último. También es el último que utiliza ese escaño según conviene a sus intereses personales o partidistas y lo cede. Qué más da para qué le votaran, ni quiénes. Si no importaban los electores para elegir candidatos y llegaron «cuneros», por qué habría de importar ahora lo que se haga con esa plaza en el Congreso. Se renuncia, se cede, se encaja, se utiliza. Después vendrá el crujir de dientes con el desencanto hacia la política, la abstención y todas las demás milongas. Los socialistas tienen mucha tradición, y costumbre, de ilustres cuneros, algunos que se trabajaron el territorio y otros a los que nunca se les vio el pelo.

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