Opinión
Lo que la verdad esconde
El fracaso del sistema educativo, el fracaso de los programas de coeducación, y el fracaso de una sociedad paternalista que le ha estado llevando la mochila al colegio a los hijos hasta los treinta años
Si algo tienen de interesante las fábulas y los refranes es su capacidad de adaptación al medio; o tal vez es al revés. El orden de los factores altera tanto el producto que no es que exista una leyenda para cada ocasión, sino que la ... ocasión la pintan calva y siempre viene al pelo alguna tradición literaria, heredada sobre todo de los clásicos. Pienso en Esopo y en su delicada manera de contarnos aquel cuentecillo sobre mentirosos y mentiras, ya sabe, la que siglos más tarde recogería Samaniego –la Ilustración y sus lecturas edificantes– que la remataría con «¡Cuántas veces resulta de un engaño contra el engañador el mayor daño!». Es la fábula del pastor mentiroso, esa que erróneamente ha pasado al acervo popular con el nombre de ‘Pedro y el lobo’– mezclar churras y merinas, Samaniego y Prokófiev, siempre se nos ha dado bien– la que cuenta cómo un joven pastor movilizó a un pueblo entero al falso grito de «que viene el lobo», y cómo el lobo terminó al poco tiempo devorando a las ovejas sin que nadie hiciera caso de las voces de alarma del pastor embustero.
Pero no hace falta irse tan lejos en el tiempo, porque el pasado siempre está a la vuelta de la esquina, dispuesto a hacerse presente en cualquier momento. Hace un par de años Ken Amstrong T. y Christian Miller, ganadores de un Pulitzer, publicaban ‘Creedme’ una historia basada en la investigación de una extraña denuncia que comenzaba así «Una chica de 18 años declaró haber sido atacada a punta de cuchillo. Después dijo que se lo había inventado. Ahí es donde comienza nuestra historia». Una historia que ha vuelto a repetirse –con otros ingredientes, otros protagonistas y otras repercusiones– en la historia de la agresión homófoba de Malasaña, una historia que ha terminado con un «me lo inventé todo» por parte de la supuesta víctima, y que ha puesto en tela de juicio no solo el suceso denunciado, sino la práctica totalidad de las denuncias –lo de generalizar a la ligera también se nos da muy bien– por delitos de odio que se suceden cada día en este país.
Porque mucho se ha hablado en estos días del caso de Malasaña y de las repercusiones políticas que pueda acarrear. Desde las voces que piden la dimisión de Marlaska por la utilización política del suceso hasta las propias declaraciones del ministro calificando de «hecho anecdótico» el cambio de versión del joven supuestamente agredido, la opinión pública ha dado un giro de ciento ochenta grados convirtiendo en parodia lo que no deja de ser una tristísima realidad, el aumento de la violencia, se apellide como se apellide.
Sin embargo, lo que me resulta más preocupante de todo esto no es si la izquierda es guay y la derecha es casposa, sino lo que, suponiendo que la última versión de los hechos sea verdadera, la verdad esconde. Y es ahí donde me parece que menos hemos buscado.
La verdad esconde el fracaso del sistema educativo, el fracaso de los programas de coeducación –lo de educación para la ciudadanía lo dejo para otro momento–, y el fracaso de una sociedad paternalista que le ha estado llevando la mochila al colegio a los hijos hasta los treinta años, y justificando lo injustificable en nombre del «por mi hija/o mato». Ya sabe, el maestro le tiene manía, los niños le hacen el vacío, le mandan muchas tareas, en el colegio hace frío –o calor–, todos fuman porros, qué van a hacer las criaturas si no hay ocio juvenil, no puede estudiar porque no se concentra, está presionado por los exámenes, no hay trabajo para los jóvenes… ¿le suena, verdad?
La verdad esconde la irresponsabilidad de estos jóvenes –a los que no culpo demasiado– que están convencidos de que los actos no tienen consecuencias. Yo lo llamaba efecto Teletubbie –recuerde, aquellos muñecos que repetían todo lo que les salía mal–, pero es mucho más serio. A los veinte años ya se sabe lo que se hace, o se debería saber. El problema es que nadie se ha preocupado de enseñarles lo que es la responsabilidad, porque la responsabilidad siempre ha estado en el tejado de los otros.
Esta semana, la Asociación Pro Derechos Humanos cifraba en un 38,5% el grado de abandono escolar temprano en la Bahía de Cádiz, es decir, un tercio de la población joven que ni siquiera acaba los estudios secundarios –que por cierto, son obligatorios. Esta semana, también se conocía el contenido del régimen disciplinario en la Universidad, un texto polémico que resta importancia, por ejemplo, a copiar en los exámenes –copiar, por tanto, no pone en peligro el aprobado– y que «busca sobre todo vías de mediación en lugar de la sanción» para resolver conflictos. Paños calientes.
El miércoles, dará comienzo un nuevo curso escolar para los que ya no son tan niños. Mascarillas, media distancia y reducción de protocolos covid con presencialidad total servirán para recrear la normalidad de siempre en las aulas donde estarán protegidos y ajenos a los que pasa fuera. Fuera seguirá lloviendo, hará calor o frío, y alguien gritará que viene el lobo… lo malo será cuando venga de verdad.