El vandalismo nunca es lucha obrera
Las nuevas imágenes de violencia gratuita en las protestas del sector del metal no hacen sino restar peso y credibilidad a las legítimas aspiraciones
En centenares de ocasiones habrá oído usted la consabida frase de que alguien puede tener razón en una demanda, una protesta, una queja o una sugerencia. Pero que la pierde por las formas. Desde el padre que riñe a su hijo al cliente que discute ... con un empleado. Esta situación es la que se está dando en la negociación del convenio del metal, en la que la incomprensible violencia de los piquetes está anulando la razón que podrían tener las centrales sindicales en sus demandas de mejora laboral. No es lógico que en la negociación de un convenio se pretenda secuestrar a toda la ciudadanía, poniéndola de escudo humano ante unas exigencias que, aunque pudieran ser justas, son exclusivas de un colectivo determinado.
Las imágenes que vivimos ayer, por segunda jornada consecutiva, fueron bochornosas. El incendio de barricadas, la provocación a la policía y hasta el hostigamiento a los medios de comunicación no pueden convertirse en una imagen pintoresca de la provincia de Cádiz, como si en este rincón del sur de Europa las cosas se resolvieran sólo a golpe de violencia. Un sector importante de los trabajadores del metal se sentía ayer ultrajado por estas actitudes provocadas, según confirmaron desde la propia Subdelegación del Gobierno, por agitadores externos especializados en el uso de la violencia. Por mucho que algunas parlamentarias quieran pintar un panorama en el que honrados padres de familia nacidos bajo la melodía de la sirena de astilleros defienden el pan de sus hijos a golpe de cicatrices, la realidad nos dice que muchos de los incidentes vinieron provocados por señores a los que costaba ubicar Cádiz en un mapa.
De nuevo ayer, hubo que lamentar heridos. El acceso al hospital de La Línea se cortó, como si quienes necesitaban asistencia médica tuvieran responsabilidad de la situación que están viviendo las dos bahías. De nuevo, el ciudadano, el vecino, el trabajador, como rehén de las protestas de unos cuantos radicales. Eso no es lucha obrera. Las limpiadoras y los peluqueros han demostrado esta misma semana que se puede protestar, que se puede demandar atención, que se puede (y se debe) exigir mejoras laborales y que para eso no es necesario acogotar a la ciudadanía. Eso no es una guerra, guerra, guerra. Y, si lo es, no es la de la clase obrera.