Un palo en La Caleta
La pérdida de la bandera azul, la única en la provincia, hace de la playa viñera un símbolo del deterioro de los servicios públicos en la ciudad
Las dos premisas en este debate son difícilmente discutibles. Tanto que mejor dejarlas sentadas de forma breve para no perder tiempo con la obviedad. La primera: el turismo y sus empresas auxiliares forman el sector económico más robusto de la economía provincial. Ningún otro (si ... se suman hoteles, hostelería, transportes y suministros) mueve más dinero, más productos y más empleo en una zona con graves problemas de paro estructural. La segunda: las playas forman el mayor patrimonio de este sector. Su prestigio nacional es difícilmente comparable al de cualquier otra zona. La invasión urbanística llegó más tarde y en menor grado, además de la fortuna geográfica que no es mérito de nadie, ni siquiera de los gaditanos.
Aunque la provincia hace años que trata de romper la estacionalidad y ofrece todo tipo de atractivos para cualquier época del año, en todas sus comarcas, es insensato negar el peso del turismo de sol y playa en el sector. Además, hace años que ese tipo de visitantes no sólo se concentra en los dos meses principales del verano y los buscadores de arena son frecuentes desde Semana Santa hasta el inicio del otoño. Las playas, por tanto, son el principal puntal de la primera industria de la provincia. Además de los criterios subjetivos, la fama digital y lo que canten los gaditanos, solo hay un sistema de baremación fiable para analizarlas, con respaldo administrativo y larga trayectoria: las banderas azules de los mares limpios de Europa.
Por tanto, el hecho de que la provincia de Cádiz haya perdido sólo una y ese lunar llegue en La Caleta tiene mucho de simbólico y algo de práctico. Sobre todo porque señala a la playa más popular de la capital gaditana y respalda las críticas unánimes sobre el deterioro de los servicios públicos en la ciudad. Transporte, limpieza, Policía Local y, también, las playas. Ningún área se salva de la improvisación y el retroceso, cuando no de la negligencia. El alcalde de Cádiz admitíe la gravedad de la pérdida, aunque sólo suponga intangibles asociados al prestigio, cuando habla de «hecho puntual» y de búsqueda de «hipótesis» sobre el empeoramiento de la calidad del agua (en tres análisis distintos). Así confiesa que le duele, que no tiene explicación y que, como mínimo, nadie en el Ayuntamiento se había dado cuenta.
Este tipo de varapalos es una de las consecuencias de abandonar la gestión para dedicarse a jugar a la política autonómica, nacional e internacional.