La naturalidad de la concordia
Las jornadas organizadas por la Junta en recuerdo de Alberti y Pemán son la demostración de que, cuando hay voluntad, la convivencia ideológica se vuelve mucho más sencilla
Dos hombres. Dos nombres. Dos bandos. Una guerra. Una lengua en común. Y 41 años de distancia de un momento al que algunos quieren echar cal. La Junta inauguró ayer las I Jornadas Andaluzas de Letras para la Concordia en la que los protagonistas fueron ... dos gigantes de las letras que escribieron y vivieron con acento gaditano: Rafael Alberti y José María Pemán. Cada uno simbolizó una manera de entender la España del siglo XX y, por la misma coherencia, en cada uno recayeron las consecuencias de su decisión. Pero los dos supieron ver, en las postrimerías de su vida, que por encima de las disputas ideológicas estaban las personas. Rafael y José María.
Lejos de lo que se ha querido vender desde la izquierda ciega y radical, las jornadas celebradas en el oratorio no fueron un ejercicio de revisionismo histórico, sino de justicia academicista. A las cosas se las citaron por su nombre. Al general alzado se le llamó dictador y a los creadores de ‘La arboleda perdida’ y de ‘El divino impaciente’, genios de las letras. El mismo oratorio que daba urticaria a Franco –como contó el director de la Real Academia de la Lengua en su alocución– produjo similar alergia a los miembros del Ayuntamiento de Cádiz, que hicieron un desplante no ya a la Junta (algo que es norma de la casta Adelante) sino a la memoria de Pemán y Alberti.
Las cosas, por su nombre. Muñoz Machado, en su repaso por la figura de Pemán, no escondió su adhesión al bando nacional ni sus arengas a los sublevados. Pero tampoco se olvidó de nombrar cómo, desde los años 50, fue un personaje incómodo para el régimen por tratar de rescatar del exilio a las letras más selectas de la literatura española. Por muy rojas que éstas fueran. Pemán, desde una posición ventajosa, no fue ventajista e incluso medió para que Alberti –que excluía al jerezano de la lista de enemigos de la intelectualidad en el exilio– pudiera realizar un viaje a El Puerto. El mismo Rafael, el que había sufrido de verdad la cólera del Franquismo, le dedicó una cariñosa carta a José María cuando falleció su mujer. Y los dos supieron, una guerra y 42 años después, que la concordia y la convivencia son tan posibles como necesarias. Han pasado 41 años y algunos pretenden que se olvide.