EL APUNTE
La inmigración, esa banalidad
El goteo constante de la llegada de pateras ha ‘normalizado’ una situación esperpéntica
Domingo por la mañana en Cádiz capital. Parece un día de verano y muchos gaditanos aprovechan para hacer deporte y pasear por la playa. Cuando, de repente, se encuentran con una patera embarrancada en la orilla en la que han viajado una decena de jóvenes ... desde la costa africana a España, en ese infernal trayecto por el que hace tan solo unos días han fallecido al menos diez personas frente a Trafalgar. Sin embargo, hay quien se para frente a esta paupérrima barca y se hace un ‘selfie’. Como si se tratara de algo típico más. Como si se le hicieran en la Caleta o en la plaza de la Catedral. Pero no. Toman esa imagen ante una embarcación encallada, que es más bien un símbolo de drama, pobreza y riesgo.
Y esta forma de actuar no es más que el reflejo de lo que está ocurriendo con la percepción que tiene el ciudadano sobre la llegada de pateras. Son ya tantos años y tantas veces y tantas personas (las que consiguen llegar y las que no) que se ha banalizado. Se ha normalizado. Apenas sorprende ver cómo hombres, mujeres o niños son capaces de atravesar las bravas aguas del Estrecho en unas quebradizas barcas de madera o en pequeños botes con tal de buscar otra vida. Dejando todo atrás. No es nuevo y, por tanto, parece que nos hemos insensibilizado a todo lo que hay detrás de esos terribles viajes.
Pero sigue estando ahí. El viernes volvió a ocurrir. Una de estas embarcaciones naufragó cerca de la costa de Trafalgar. A bordo se estima que iban 28 personas. Ya se han recuperado diez cadáveres pero todo hace temer que seguirán encontrándose más. Pasó igual, casi en el mismo lugar, hace unos años en los Caños de Meca. Entonces estos cuerpos sin vida fueron llegando en un macabro goteo a las playas. Y todo el mundo se llevó las manos a la cabeza. Verlos así, cadáveres de chicos jóvenes en su mayoría, hinchados, maltratados por los arrecifes y las corrientes, removió conciencias. Sin embargo, nada ha cambiado. Absolutamente nada. Los flujos migratorios han existido siempre. Gente de países más desfavorecidos que quieren tener nuevas oportunidades en otros lugares. En este caso el cambio es hacia otro continente. Los gobiernos tienen la obligación de controlar y no permitir que la gente se juegue la vida de manera constante. Buscando soluciones en origen o llegando a acuerdos, pero poniendo fin, de una vez, a un drama que lo sigue siendo. Aunque nos acostumbremos a él.