El apunte
El grito y la razón
Tres manifestaciones el Primero de Mayo en Cádiz y las tres marcadas por la misma bandera; el populismo no entiende de ideologías
Cádiz celebró un pintoresco Primero de Mayo con tres manifestaciones. No una, ni dos, sino tres. Las clases obreras. Si la unión hace la fuerza, la división prueba las flaquezas de discursos que en lugar de sumar producen desafección. Los sindicatos ya no protestan ante ... el Gobierno amigo, el que bate récords diarios con el precio de la luz, la gasolina, la inflación... su mensaje es directo contra la patronal a la que exige la subida de los salarios. 1.000 personas.
Los obreros del metal (unos pocos) no se sienten representados por ellos a los que consideran serviles y ‘paniaguados’, y desfilan por su cuenta. 300. Y para redondear la peculiar jornada, más de playa que de pancarta, la convocatoria nacional de VOX con Santiago Abascal y la aparición sorpresiva de Macarena Olona, la candidata de los verdes a la Junta de Andalucía. Otros 300. Más o menos como un bautizo multitudinario.
Un triangular con tres equipos que no se cruzaron y que por momentos parecían ejércitos marchando a paso marcial, con una adhesión cuasi religiosa en las dos más cortas, quizás por aquello de la confianza. Es curioso cómo los extremos se parecen tanto. Porque todos enarbolaban su bandera y seña de identidad: el grito. Apología del chillido, de la vena en el cuello, de la garganta rota.
Y no sólo en referencia a las proclamas de los manifestantes, que se sienten más integrados y se animan con los típicos lemas que nunca pasan de moda. Ello es obligado en cualquier marcha que se precie. El grito (ahora y antes) es propiedad del líder que arenga a las masas enfervorecidas introduciendo un discurso en el que se apela a la emotividad, al sentimiento, a una pasión lícita que descontrolada no casa bien con la democracia. Al menos, con la sesuda que nació en la antigua Grecia como fórmula de gestión de los problemas del ciudadano.
Responde a un nombre del que su uso desproporcionado ha terminado por banalizarlo y despelucharlo: ataque frontal al enemigo (que no adversario) y respuestas fáciles a problemas complejos. Sin reparo en emplear la demagogia ruin e incluso la mentira. Por supuesto, el populismo es transversal y no es propiedad absoluta de una ideología concreta.
Pero ante esa costumbre no hay nada mejor que recordar una de esas frases de abuela, de las de toda la vida: el que más grita no es el que tiene la razón.