El falso dilema entre salud y economía
Salvar vidas es la prioridad pero hay que evitar el riesgo de dejar un país cadavérico
Distintos y diversos sectores de la derecha y de la izquierda –porque el miedo es universal y transversal– han pugnado, sin duda con la mejor voluntad, sobre la conveniencia de acentuar el confinamiento y extender la parálisis a otros sectores productivos que todavía ... mantienen actividad. El riesgo de sumir a la economía española en una parálisis irrecuperable es el acicate que impulsa al Gobierno a preservar una cierta actividad que permita la latencia. Pero hacerlo sin diálogo y sin excepciones, sin pensar en los autónomos y en las pequeñas empresas , puede ser un error que paguemos todos demasiado caro. El concepto de « hibernación» puede ser necesario, obligatorio, pero eso también conlleva meter en esa imaginario frigorífico las cuotas de los autónomos, las tasas y los impuestos de los ciudadanos, así como explorar vías como la liberación de los fondos de pensiones que ya estaba prevista en unos pocos años. Se trata de adelantarla unos meses y parece que la situación es lo bastante grave para dar ese paso.
A la vista de esta situación de confinamiento que la inmensa mayoría observa con admirable disciplina, y de que aún no consigue aplanar la curva de contagios, de que no decrecen los internamientos en hospitales ni los fallecimientos, es lógico que se haya dado una vuelta de tuerca a la estrategia. Y es inevitable que la preocupación por las consecuencias económicas, sociales, se pongan casi a la altura de la prioridad máxima: la sanitaria, salvar vidas.
En realidad, la lucha contra la extensión del coronavirus admite dos enfoques: el racionalista y el autoritario . El racionalista consiste en ralentizar o hibernar todos los procesos productivos, intensificar el teletrabajo cuando sea posible y evitar el contacto social de las personas, aislando los núcleos familiares de forma que no puedan contagiarse entre sí, para controlar lo más rápidamente posible la infección. De este modo, a la salida de la crisis, tendremos que realizar un ingente esfuerzo para reconstruir la economía nacional pero podemos encontrarnos con un país cadavérico, lo que podría tener un coste inabordable para esta y las siguientes generaciones. De esta catástrofe no nos van a salvar estrellas ni espabilados, sino la gran masa de servidores de la comunidad, entre ellos algunos empresarios, que sostienen esas funciones. En una situación de crisis resulta fatal la propensión de muchos de nuestros dirigentes a encontrar en cualquier problema un pretexto para hacer valer sus intereses o su ideología.
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