El eterno capitán del instituto…
Nuestro nombre atestigua que lo más importante de nuestro centro son las personas y hay una que destacó notablemente por su compromiso: Fernando Aguilar
Hay centros educativos que tienen nombre de grandes poetas, otros de reconocidos premios Nobel, algunos de laureados deportistas, muchos de ellos de personajes de la historia, incluso los hay con nombres de mares, sierras o montañas. Con todo el respeto a la nomenclatura de cada ... centro, el nuestro es muy especial y tiene una carga de sentido que nos identifica en una historia compartida. Nos llamamos IES Fernando Aguilar Quignon, porque, aunque siempre nos conocerán como ‘Telegrafía’, nuestro nombre atestigua que lo más importante de nuestro centro son las personas, y que entre las personas, hay una que destacó notablemente por su compromiso con todos nosotros hasta el fin de sus días, y ese es nuestro eterno capitán, Fernando Aguilar.
Se cumplen diez años de su partida, cuando una cruel enfermedad nos lo arrebató en la plenitud de su trayectoria. Fernando era vitalista, era optimismo encarnado, era esfuerzo constante, era lucha y era coraje, era trabajo incansable, y amaba la vida profundamente, sobre todas las cosas. Una vida de dedicación a la difícil tarea directiva que le ocupó tanto, tanto tiempo.
Tenía una gran capacidad de trabajo. No solo de trabajo de guante blanco, de despacho, de ordenador, ese que bordaba con esmero, paciencia y dándole mil vueltas a los asuntos hasta definir la idea y la propuesta que nos presentaba. Hablo también de trabajo de campo, puro y duro. En verano, en pleno agosto, era habitual verle en bañador baldeando con una manguera el patio del centro, regando la palmera, la célebre palmera el Instituto, y limpiando, fregona en mano, pasillos y aulas para que en septiembre todo estuviera a punto. Y cuando a éste que escribe, que era entonces jefe de estudios, se le ocurrió abrir el centro algunos viernes al mes, en horario nocturno, para nuestras famosas movidas alternativas, él estuvo ahí, siendo pilar y sostén. Se quedaba hasta las 2:00 de la mañana, controlando la puerta, bailando en la discoteca light con su estilo peculiar, ajeno al ‘cachondeíto’ de los chavales y quedándose el último barriendo el patio para que el lunes todo estuviera a punto. Ya ven que él no era un director cualquiera, y que cualquiera no puede ser un director como él.
Nos regaló su sentido del humor y solidaridad. Un 21 de diciembre fuimos por las clases cantando un villancico. Imaginen la cara del profesorado y el alumnado cuando veían, sin mediar palabra, entrar al director y al jefe de estudios, con un aparato de música para cantar a dos voces. Nos llevó toda una mañana. Fernando cantaba muy bien, corista en varias ocasiones, con un bajo de una gravedad y presencia, que cuando daba los buenos días a primera hora de la mañana retumbaban los cristales. Su felicidad iba de la mano de que nuestro centro respondiera a su función como herramienta de servicio a los jóvenes y sus familias.
De gran inquietud intelectual. Cuando enfermó, estaba trabajando en una tesis sobre las competencias para pertenecer a equipos directivos. Ese era Fernando, un gran lector, un hombre culto, un humanista, un gran conversador que se movía por la historia, la literatura o la política como pez en el agua... y todo, fruto de un fervor autodidacta, que le llevo a ir más allá de su formación en fabricación mecánica, para ser un hombre intelectualmente rico e inquieto. Había terminado recientemente un máster y un curso de retórica. Sus escritos, sus circulares, sus documentos, siempre fueron exquisitos, trabajados, precisos y elaborados con la profesionalidad de un escriba.
Pero sobre todas las cosas, fue un hombre íntegro. Siempre buscó lo correcto, la transparencia en su gestión. Siempre buscó lo mejor, lo más sensato, lo más acertado, lo más justo. Defensor de sus intuiciones con pasión, pero siempre abierto a los consejos, a la reflexión compartida. No fue una veleta de nada ni de nadie. No pertenecía a más dogma que al de su conciencia. No fue un adulador ni amigo de buscar honores y distinciones. Fue un hombre íntegro, sin trampa ni cartón. Un hombre sencillo, que jamás traicionó sus ideas para obtener beneficio personal. Hacen falta más hombres y mujeres como él. Seguiremos trabajando para que los más de mil alumnos que cada año pueblan nuestro centro aprendan a ser, como Fernando, personas buenas, honestas y responsables.
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