El Apunte
Un equilibrio necesario en el casco histórico
Cádiz no puede ser un paraíso que deje fuera a sus vecinos de las mejores fincas aunque deba de aprovechar ese recurso para el turismo
Que Cádiz es un paraíso es innegable. Desde las antiguas colonias fenicias hasta las modernas capitales europeas, muchos han puesto y ponen sus ojos en la Tacita como destino. Comercio, estudios, turismo... Los motivos que han llevado a millones de personas a lo largo de ... la historia hasta la capital han ido dejando una huella profunda tanto en su manera de ser como en su manera de parecer. En su manera de ser, porque Cádiz es una ciudad amable con quien viene de fuera –aunque implacable con quienes quieran tomarla por la fuerza–, cosmopolita y amiga de incorporar apellidos de lejanas tierras a su nomenclátor más íntimo. Y en su manera de parecer porque esa esencia de crisol de culturas ha ido configurando su urbanismo con puertos, casas palacios, torres miradores, hoteles... Muchas de las mejores fincas de la ciudad, muchos de los lugares que recogen la quintaesencia de lo que es ser gaditano, surgieron precisamente de la necesidad de dar buena posada a quien venía de fuera con la cartera llena .
Ahora, ya inmersos en la tercera década del siglo XXI, nos enfrentarnos al reto de recuperar ese patrimonio, en muchos casos olvidado, y darle un uso que justifique unas inversiones que distan mucho, para ser buenas, de ser baratas. Y la principal vía que se ha encontrado es la del turismo, la de volver a recurrir a quienes vienen de fuera a visitar la ciudad. Sin embargo, es necesario un equilibrio para que Cádiz no se convierta en una postal , en un parque turístico de 3.000 años sin vecinos en el centro y en la que toda vida proceda del gusto puntual que genere más allá de Puertas de Tierra.
Cádiz es un paraíso, repetimos, capaz de atraer visitantes del foro de Tiro y de Fitur. Pero ese paraíso no puede ir dejando fuera a sus vecinos, a los que, en definitiva, llevan 3.000 años quedándose para que otros vengan .
