EL APUNTE

Un 8M con división en el peor momento

La pandemia es el telón de fondo de un día que debería ser de celebración pero que vuelve a estar marcado por las tensiones en el feminismo

Manifestación del 8M de 2018. A.V.

El 8M debería ser una gran fiesta siempre. Un momento para, por una parte, reconocer los logros que se han obtenido en los últimos años en materia de igualdad, de protección y de consideración de ese gigante semántico que es el ser mujer. ... Y otra parte, como sucedía hasta hace unos años, tendría que ser la prueba inequívoca de que la mujer está unida en lo que a la defensa de sus derechos se refiere, que no piensa dar ni un paso atrás en los logros conseguidos, y un recordatorio de que la lucha no ha terminado y de que quedan mucho aún por conseguir en materia de igualdad, verdadero significado de la palabra feminismo.

Sin embargo, dos problemas atenazan al feminismo o, más concretamente, a los actos del 8 de marzo. Por una parte, la pandemia. Salir a manifestarse en este momento no es prudente , ya que no se pueden garantizar las medidas de seguridad básicas para evitar los contagios. La propia ministra de Salud ha sido tajante, «no ha lugar». Una lástima que las tensiones del gobierno socialcomunista también tengan reflejo en el pulso de Podemos, que quiere mantener las manifestaciones a toda costa. No importa que se hayan suspendido cabalgatas o procesiones, la contumacia de creerse por encima del bien y del mal les lleva a convocar estas concentraciones que, además del riesgo que suponen ‘per se’, darán razones a cualquier colectivo que quiera movilizarse en las próximas fechas.

El otro gran problema del feminismo viene, precisamente, por cierto sector de la izquierda más radical que ha ido excluyendo al resto de mujeres de sus postulados , que ha ido arrinconando y expulsando a los que no compartían sin matices el catecismo que han ido marcando sus acomodados ideólogos. Resulta curioso cómo si hace unos años ya eran los propios sectores feministas conservadores los que se sentían marginados (no hace falta recordar el linchamiento que sufrió nuestra paisana Inés Arrimadas por hablar de «feminismo liberal»), ahora son los colectivos de izquierda los que se sienten atacados por ese feminismo que se autoproclama como el único válido y que se siente respaldado por su situación de privilegio en las instituciones. El 8M debe volver a ser la fiesta de todas las mujeres, no una nueva oportunidad de hacer partidismo con algo que nos debería unir.

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