La ciudadanía no lo merece
La actitud y la aptitud de los españoles parece muy por encima de la talla mostrada por sus representantes
Dicen que la cuarta etapa del duelo es la de la depresión. Por lo visto hay que pasarla. Y aunque muchos tenemos la certeza de que la remisión de este horror está cerca, y que podremos volver a celebrar las Fallas, las ferias, Semana Santa, ... San Fermín, San Antón o la Purísima Concepción antes de que nos demos cuenta, en cuarenta y ocho horas, este país que llora a sus muertos en silencio, hacía gimnasia, bizcochos y salía a las ocho a aplaudir ha cambiado.
No lo dice una de las encuestas del CIS, en las que el señor Tezanos elabora una pregunta laberinto. El detonante tampoco ha sido la dolorosa consciencia de saber que encabezamos el récord del mundo de muertos por habitantes durante la pandemia, o que somos el país con el número mayor de sanitarios infectados, o el confinamiento más estricto. Tampoco que las compras de material sanitario no hayan tenido acierto. No. Somos un pueblo maravilloso que controlamos nuestra ira y nuestro dolor.
Pero la tardía salida de los niños y sus condiciones ha descuadernado el ánimo desbaratándonos la esperanza. Para este viaje no necesitábamos alforjas, ni expertos, ni portavoces, ni emisores de consignas, ni oposiciones, ni revolucionarios con chofer, ni salvapatrias, ni verdes, rojos o azules, ni afiliados sin autocrítica, ni leones domesticados, ni únicos, ni comisiones de expertos que reciten los metros que pueden recorrer los niños, o los lugares a los que no pueden ir... ¿La playa?
Hemos acatado lo que había que acatar , aunque se nos tratara como si fuéramos ciudadanos descerebrados que necesitáramos órdenes, en lugar de considerarnos seres pensantes. Lo que pedimos es una clase política lo suficientemente formada para que gestione si no con acierto, porque el asunto es difícil, al menos con sentido común. No voy a ahondar en la herida, en las vidas perdidas, en el miedo, que bastante tenemos con mantenernos cuerdos, pero no cabe la menor duda de que este país lo levantarán los ciudadanos, sobre todo si alcanzan a librarse de los representantes que, durante once horas el miércoles, se dedicaron a lo de siempre; a mirarse el ombligo, citar fábulas de Esopo, o ver quién hacía más firuletes con las palabras vacías y conseguía socializar la responsabilidad sin que se le moviera un pelo.