Una ciudad incómoda
Cádiz es una localidad incómoda para vivir, para trabajar, quedar con los amigos, visitar a un familiar o ir de compras... sólo le quedaba pagar por aparcar
Pagar por aparcar en la calle... Los tiempos sí que han cambiado. Tanto, que aquellos que antes consideraban un atropello cobrar dinero por dejar el coche a la intemperie al no tener aparcamiento propio (cosa de gente pudiente), ahora lo ven una fórmula idónea para ... reordenar su ciudad. Y ganar algo de dinerillo, que nunca viene mal. Es cierto que para muchos de estos iluminados tener coche es de ricos -una bicicleta es mucho más ‘cool’ y proletario- y de insolidarios pues se contamina el medio ambiente. No entienden que hay trabajadores (más de los que piensan) que necesitan el automóvil para currar, porque no viven cerca de su centro de trabajo, porque han de hacer varios kilómetros al día y/o porque físicamente no reúnen las condiciones para ir dando pedaladas por el carril bici.
Cádiz luce llena de colorines: azul, naranja y verde visten sus calzadas. El afán recaudatorio es evidente, legítimo para invertir esos dividendos en mejorar las infraestructuras, aunque poco decoroso en una crisis económica con tintes de posguerra. El abono para el gaditano es barato, buen precio si no fuera por un pequeño truco: que antes no pagaba nada por aparcar en el barrio. Y la tarjeta verde no garantiza el hueco, la plaza no se asigna. Eso sí, ofrece un porcentaje más alto de posibilidades de encontrar un sitio.
‘Que paguen los de fuera’. Puede encontrarse aquí el principal argumento de la ampliación de la zona azul y naranja (y el aumento del coste). Cádiz es una ciudad preciosa, maravillosa, que además está de moda. Con historia, gastronomía, gente, costumbres y atardeceres para seducir al más exigente. ‘Si quieren disfrutarla, tendrán que pagarla’. Pero a la vez es tremendamente incómoda.
Incómoda para vivir, para trabajar; para ir a cenar, quedar con los amigos o visitar a un familiar. Para ir de compras a un centro además despoblado de las grandes firmas. Un auténtico engorro que encima cuesta dinero. Corre el riesgo de convertirse en un lugar que los turistas visitan por su belleza, pero que los vecinos de la Bahía (incluso de extramuros) esquivan por lo fastidioso. Tampoco cuenta con una red de transporte público que favorezca el desplazamiento. Al Gobierno municipal ya casi ni se le pide que haga algo positivo, pero al menos que sea como los porteros ‘reguleras’: que no moleste, que no se meta dentro los balones que van fuera. Y éste ha sido un gol en propia puerta.
Cada día, Cádiz se parece más a una isla. Brillante y paradisiaca, pero incómoda. Y aislada.