La ceremonia de la confusión
El ciudadano debe resumir todas las normas en dos: protégete y protégelos; el hostelero no se puede permitir sólo ese lujo
Son muchas medidas. La mayoría, lógicas. Otras contradictorias, sin sentido, imposibles de controlar, delirantes y en cierto modo ridículas. Este sistema plurinacional con 17 reinos de taifas, bajo la (des)coordinación del Gobierno de España, provoca que en cada comunidad, provincia, en cada ciudad, pueda ... haber reglas distintas incluso con sólo cambiar de acera. Hasta Cádiz , que parecía permanecer en cierto modo en la segunda fila de esta trinchera en la batalla contra el virus, ahora se ha encontrado con toque de queda, cierres parciales y hasta movimiento a dos velocidades en función del territorio. Mejor dicho, distrito sanitario.
Esto provoca imágenes desconcertantes. El Paseo Marítimo de la capital, Valdelagrana o el balcón sobre la bahía en San Fernando se encontraban ayer rebosantes de vida con ciudadanos que aprovechaban este Puente festivo y la excelente climatología primaveral. En Grazalema, El Bosque, Benamahoma o Setenil se reproducían estampas impropias de esta época, de la temporada alta, con calles inanes y plazas vacías.
Es el precio a pagar en esta guerra contra el enemigo invisible, que existe y cuya repercusión es trágica sanitaria y económicamente por mucho que insistan esos negacionistas que ahora revientan los barrios de otras ciudades.
Tanta ley y tan diversa en municipios cercanos ha sumido a todos en una ceremonia de la confusión, donde se formulan muchas más preguntas que respuestas y se fomentan debates y discusiones recorriendo los márgenes del Boja. Es tan desconcertante como divertido plantear las situaciones posibles en el transporte público, donde cambian distancias y porcentajes de aforo según la localidad. Como los mandamientos, este Boletín de más de 30 páginas con innumerables restricciones se reduce a dos mensajes: protégete y protégelos. Sal de casa sólo para lo fundamental y guardando todas las medidas de seguridad. Nada que ya no sepamos.
El ciudadano lo tiene fácil. En comparación, por supuesto, con el empresario que no se puede permitir ese lujo de quedarse en su domicilio. Templanza y destrezas a la hora de abrir y cerrar el grifo, como ilustra Juanma Moreno, marcan la diferencia entre una crisis y una devastación. Una hora más de gracia puede suponer un buen puñado de euros sin aumentar exponencialmente el riesgo de contagio. Es el momento de gobernar, no sólo de parecerlo, y eso implica tomar decisiones difíciles. Aunque muchos todavía nos las terminamos de entender.