El campo gaditano clama por vivir
Toda vez que el Gobierno ha renunciado a la concesión de precios justos al campo, ahora no puede transigir con la rebaja en las ayudas
Seamos sinceros, nadie quiere ayudas para sobrevivir. O casi nadie, claro, que todos conocemos el caso de quien estira las ayudas sociales o hace trampas al sistema público para, a costa del trabajo de todos, poder pasar por la vida sin cansarse demasiado. Quien conozca ... a los trabajadores del campo sabe que no es el caso. Realizan un trabajo duro y están orgullosos de sostener, con su oficio, el estilo de vida del resto. Pero no querer ayudas no significa tener que aceptarlas, tener que exigirlas cuando te ahogan por otra parte. En estos tiempos de coronavirus, todos lo sabemos.
Los agricultores y ganaderos trabajan con entusiasmo a pesar de que el colectivo está sometido a todos los rigores posibles. Cuando llueve mucho, es malo para la cosecha porque se pudren los cultivos y cuando llueve poco, también lo es porque se seca la tierra. Si la hierba es abundante puede ser malo para los agricultores porque dificulta las cosechas pero si es escasa, los ganaderos no pueden usarla para alimentar a sus bestias. En el verano llega el fuego y también les puede arruinar, por no hablar de las riadas, de las heladas, de las plagas o de los temporales de viento. Por si fuera poco, ahora el sector del campo gaditano se enfrenta a un problema que no surge de la naturaleza, sino de los cómodos y mullidos despachos.
Y es que el Real Decreto del Ministerio de Agricultura para adecuarse a la Política Agraria Común (PAC) condena al sector a perder ayudas por valor de 3.000 millones de euros en Andalucía, de los que unos 300 millones irían para Cádiz. El sector ya ha dicho que esto es inasumible, que el margen de beneficio que obtienen por sus productos es escaso y que retirar estas ayudas es condenarlos a ir cerrando poco a poco sus instalaciones.
En la protesta que protagonizaron ayer fueron claros. Su reclamación desde hace años es un precio justo por sus productos pero, como no lo obtienen, al menos les quedaba el margen de las ayudas para que el campo no se abandonara. Y ahora, por una torpe negociación en Bruselas, es posible que éstas se pierdan también. El campo no puede ser la eterna cenicienta de la economía española y el gambito de todas las negociaciones con Europa. España debe luchar porque el ámbito rural no se vea condenado, una vez más, a coger las maletas e irse a la ciudad.