El apunte
En la calle no manda Kichi ni manda nadie
La decisión municipal de retrasar a junio la celebración del carnaval en la calle se ha topado con la indiferencia de agrupaciones y aficionados
José María González, cuando era aún el Kichi profesor y no el Kichi político, cantaba un desafiante «aquí mando yo, en este barrio mando yo y no manda mas nadie. Y si alguien quiere mandar que se ponga en la esquina de atrás que aprenda ... y calle». No somos tan necios como para no distinguir la ficción de una obra con el intérprete, pero no deja de ser irónico que el mismo que cantaba esta composición de Jesús Bienvenido en el Carnaval haya sido el encargado de demostrar que en el Carnaval y en la calle no manda nadie. Ni él, ni los de enfrente. La calle es soberana, es espontánea y es libre y ésta ha dado de lado al experimento del carnaval fuera de fecha. Hasta los coros han tenido que determinar un nuevo sistema de organización ante el fiasco de los planes municipales.
Desde el Consistorio podrán repetir los mismos argumentos que ya hemos oído tantas veces. Que si las agrupaciones no podían ensayar por el Covid, que si no podían arriesgarse a una cancelación en febrero por los artesanos, que si la incertidumbre con el teatro... y puede que incluso esas razones nos parezcan convincentes. Pero se ha demostrado que el carnaval en la calle debía circunscribirse a febrero y que esa era la voluntad popular. Si de verdad, como han repetido desde el equipo de Gobierno hasta al saciedad, el centro de su política estaba en esa supuesta conexión con la ciudadanía que abanderaban, deberían haber intuido que este carnaval de pacotilla, este sucedáneo de fiesta iba a ser un rotundo fracaso. La imagen de coros cantando solos en las bateas ante un público menguado o inexistente no se había producido ni ante aguaceros traicioneros.
Y de nuevo podría disculparse el equipo de Gobierno con que no sabía que esto iba a ocurrir. Pero ante las calles llenas el pasado febrero debería haber intuido por dónde iba el deseo de los ciudadanos y aficionados. Lo que no puede perdonarse es que esta política errática se realice disparando con pólvora del rey, gastando 120.000 euros en un carrusel de coros fracasado o 200.000 en una cabalgata que, por hacerse tan tarde, contó con una escasa presencia de público. Gestión.