Un buen fascista lo tapa todo
El cambio en el nombre de las calles llevado a cabo por el Ayuntamiento esconde una triste realidad: ante los problemas de la ciudad, siempre se recurre al comodín del franquismo
El genial escritor Fernando Arrabal dejó escrita una frase que resume a la perfección lo que significó la transición para la mayor parte de la izquierda española: «Cuando murió Franco, murió mi musa». Huelga explicarla. Cuando el dictador abandonó este valle de lágrimas, se entendió ... por parte de la sociedad que había que reconstruir la política, que había que dejar atrás el pasado y trabajar para un futuro en convivencia. Así se ha entendido desde finales de los 70 hasta la irrupción de las tendencias izquierdistas radicales que, amparadas en la demagogia más artera, han recurrido al franquismo como vía de escape ante cualquier problema que no pueden resolver. Desde Pedro Sánchez con el controvertido traslado de los restos de Franco hasta la revolución del nomenclátor impuesta ayer en el Pleno, la estrategia de recurrir a los «fashas», como diría el alcalde, demuestra ser de lo más eficaz.
En el Pleno de ayer del Ayuntamiento de Cádiz se volvió reproducir el guion acostumbrado. Ante la falta de iniciativas de calado en la ciudad, ante la suciedad palpable de las calles, ante la falta de soluciones para los múltiples conflictos laborales que tiene el ayuntamiento, se opta por cambiar el nombre de las calles, creando un debate artificial primero en los mentideros políticos y un caos en la vida cotidiana después. El Consistorio, por encima del lugar donde se dirimen los problemas de los gaditanos, se transforma en el lugar donde colocar la pancarta política, haciendo del sillón del alcalde un gigantesco megáfono donde las proclamas no sólo resuenen en toda la ciudad sino que, incluso, queden escritas en la piedra victimaria del nomenclator.
Todo este proceso, además, viene acompañado del macarrismo más chabacano, del intento de intmidación más cobarde ante la lógica crítica. Lo sabe bien la concejal popular Carmen Sanchez que, pese a su demostrada capacidad de trabajo y vocación de diálogo, tuvo que escuchar cómo el edecán de Kichi le espetaba un «fascista» que define más a quien lo dice que a quien lo recibe. Lo que más preocupa de todo esto es ver, en el proceso, a un PSOE crítico de palabra pero cómplice en los votos.