HOJA ROJA

Cádiz va bien

Lo de Valcárcel debe ser cosa de los fantasmas, no tengo la menor duda

Lo de Valcárcel debe ser cosa de los fantasmas, no tengo la menor duda. De los fantasmas de sábana y cadenas gordas, entiéndame, que de los otros ya sabemos que andan por todas partes, sobre todo por los despachos oficiales. Tanto contratiempo no puede ser ... obra humana, sino retorcidamente paranormal, o al menos, esa es la única explicación posible que queda después de dieciséis años de continuos desencuentros. Lo decía Moisés Camacho hace ya unos años –todo lo que se diga de Valcárcel puede llevar tranquilamente la coletilla «hace ya unos años»– en su blog: «cuenta una extendida teoría entre los investigadores de fenómenos paranormales que aquellos edificios en los que se suceden a lo largo de tiempo hechos luctuosos son más proclives a que entres su paredes tengan lugar ese tipo de hechos insólitos, y sin duda, el antiguo edificio del que hablamos cumple todos los requisitos».

Ahí lo tiene. Aquello debe estar llenito de fantasmas haciendo de las suyas porque si no, no hay quien entienda lo que en tres lustros ha dado de sí el asunto de Valcárcel. El majestuoso edificio fue sede del Hospicio y posteriormente albergó a una considerable población de dementes y trastornados, tan considerable, que en momentos puntuales llegaron a estar hacinados, antes de convertirse en el centro de enseñanza con el que dio fin a sus días de actividad y comenzó su declive. No le contaré lo que dicen que allí pasaba, ni lo de las puertas que se cierran, ni lo de los gritos, ni lo de las camas agrupándose en el centro de las habitaciones, porque para eso ve usted «Poltergeist» y de paso, se echa unas risas. Póngalo en duda, si quiere, que ya Cervantes dejó dicho que de las cosas más seguras, lo más seguro es dudar.

Pero lo que no admite ningún tipo de duda, ni de interpretación lógica, es el gafe que tiene el edificio, o quienes ostentan la titularidad del edificio, o quienes en algún momento de la película han «pretendido» –lo de los pretendientes de Alberto Cremades merece ser reseñado– la mano de la una de las últimas hijas que nos quedan por casar en Cádiz. Y tendrá muchos novios –como el hotel del Estadio–, no digo que no, pero ninguno se decide a pasar por el altar en esta ciudad donde nada funciona, pero todo va bien. Para vestir santos se nos queda, ya lo verá. Como Penélope con su bolso de piel marrón y sus zapatos de tacón y su vestido de domingo. ¿Cosas de fantasmas?

Aunque he de reconocer que me dan mucho más miedo las hemerotecas que los fantasmas. Y como tengo esa querencia por los periódicos atrasados, llevo siguiendo el noviazgo desde el primer tonteo, allá por 2003 –sí, ha leído bien, 2003– cuando los fastos del Bicentenario eran la dote perfecta para cualquier empresa ¿se acuerda?, iba a llegar la lluvia de millones y a los perros los íbamos a atar con longanizas –había menos perros entonces–. En aquel momento, Zaragoza Urbana anunciaba su compromiso en las páginas de sociedad «el grupo hotelero será el encargado de la puesta en marcha del primer hotel de cinco estrellas de Cádiz». Testigo del momento fue el presidente de la Diputación de entonces, Rafael Román, propietaria del edificio, quien mostró su satisfacción por el proyecto que venía avalado por Rafael Moneo. Qué tiempos aquellos en los que íbamos a ser el asombro de Damasco, y todos los nombres se escribían con mayúsculas y guiones.

Luego le echamos la culpa a la crisis –qué bien nos vino la crisis entonces– y hasta comprendimos que a Palafox se le acabara el amor y el dinero y que resolviera el contrato de compraventa, aunque dejara abierta una pequeña puerta por aquello de que donde hubo fuego, los rescoldos serían el testigo. Los indignados, acuérdese, ocuparon Valcárcel «para el pueblo» y se atrincheraron allí para «volverle a dar el uso que tuvo siempre», que imagino que no se referían al de manicomio, sino al de institución educativa. En fin. Que allí estuvieron medio año hasta que, con el desalojo, solo quedaron en el interior los fantasmas del pasado.

En 2017, ayer como quien dice, la Diputación volvía a conceder la mano del edificio, esta vez a la Universidad de Cádiz, con el consentimiento de casi todos los grupos políticos. El diputado provincial y alcalde de la ciudad, celebraba que Valcárcel «por fin ve a la luz frente a los años de oscuridad». Y así fue como de hotel de cinco estrellas pasamos a facultad de Ciencias de la Educación con cinturón y todo, con recelos y con todas las prevenciones del mundo –que si los aparcamientos, que si los alumnos– y con el beneplácito de la Junta de Andalucía aún en manos del PSOE.

En abril le vimos la cara, o mejor dicho, le vimos la maqueta –no fue la primera, y no será la última. Y pusimos fecha a la boda, y cerramos el banquete, los invitados y hasta el viaje de novios. En tres años, la joya del neoclásico gaditano volvería a ser lo que fue –manicomio, no, claro está–, una institución al servicio de la enseñanza.

Pero como Penélope, de la noche a la mañana, hemos visto de nuevo el tren partir. Ni ciencias de la educación, ni maqueta, ni revulsivo para el barrio, ni nada. Muchos pretendientes, eso sí. Y la pelota, ahora, en el techo de la Universidad.

¿Será cosa de los fantasmas?

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