El Apunte
El arquitecto que volvió a casa
El premio recibido por Campo Baeza muestra el carácter acogedor de Cádiz y su estrecho vínculo con una de las bellas artes
Los arquitectos, más que de materiales sólidos, dicen surtirse de luz. Y pocos lugares más luminosos en el mundo que Cádiz, su Bahía, su provincia. La omnipresencia del mar, en contraste con las llanuras de la campiña y la Sierra, propicia una situación casi única ... o, al menos, infrecuente. Propicia que cualquier elemento encaje con el resto, con el entorno. Desde ese punto de vista es posible entender la carrera de Alberto Campo Baeza que pese a nacer en Valladolid se considera de Cádiz por haber vivido en esta tierra su infancia y su juventud. Afirma una y otra vez que en Cádiz entendió la luz. Y de eso se alimenta su obra. Ayer, en el Oratorio de San Felipe Neri, le llegó el momento de recibir a un tiempo todo el reconocimiento, el cariño, de su profesión, de sus colegas y de su tierra adoptiva, de sus paisanos. Nada menos que el Premio Nacional de Arquitectura 2020 que sitúa a Cádiz en lugar muy destacado de una disciplina esencial en la en la historia, en las artes, en la civilización.
Campo Baeza forma parte de lo mejor de la arquitectura española, pero también de ese grupo de personas que no nacieron en la tierra que da el gentilicio porque, como dijera Antonio Burgos, el gaditano nace donde le da la gana. Entre ellos, otro querido arquitecto gaditano Julio Malo de Molina, que fuera columnista de LA VOZ y primer decano del Colegio de Arquitectos. Aunque nacido en Tenerife, era un absoluto gaditano y, como tal, una de las víctimas más conocidas de la pandemia en la provincia. Ambos demuestran que la arquitectura y la capital siguen acogiendo al que llega, que siempre encuentra un lugar al que llamar casa.
Es por eso que ayer, en el hogar de la primera Constitución de España, en el Oratorio de San Felipe Neri, se multiplicó el reconocimiento que el mundo de la arquitectura brinda a un paisano particular, con alma caletera por más que nacido junto al Pisuerga. De hecho, el arquitecto tiene bien presente que fue en el colegio de San Felipe donde estudió y en el Oratorio donde recibió la primera comunión.
Ayer fue el Premio Nacional de Arquitectura y nada menos que de una ministra lo que recibió en el mismo escenario histórico, inolvidable para él por muchas cuestiones. Ha sido una nueva ocasión, la mejor, para recibir el calor de una ciudad que le reconoce como a uno de los suyos con un orgullo infinito.