El alcalde obsesionado por enfrentar
Ni la pandemia se libra de su fijación maniquea entre ‘ricos y pobres’ mientras es incapaz de dar ejemplo de medidas preventivas contra el Covid
El alcalde de Cádiz ha demostrado de forma reiterada, durante más de cinco años, su incapacidad para la gestión. Pero a esa falta de ideas y esfuerzo ha sido capaz de añadir otra igualmente frustrante en el caso de un representante público: la ... incapacidad de dar ejemplo. Su constantes proclamas en internet, sus ausencias y carencias sólo tienen comparación con su obsesión por dividir a los ciudadanos. Con cualquier criterio. Según su ideología, según el tipo de colegio de sus hijos, por religión, por barrios, según les guste o no el Carnaval... Su afán por enfrentar a las personas no tiene límites. Ni la pandemia, ni la enfermedad y el dolor que vivimos todos por igual frena sus obsesiones sobre lucha de clases y capitalismo. La fantasía política que llevó a José María González Santos, ‘Kichi’, a la Alcaldía en 2015 estaba basada en un único concepto, tan simple como efectivo: era ‘uno de los nuestros’, un chaval de la tierra, al que casi todo el mundo conocía de algo, salió en Carnaval, profesor en vez de político profesional, con su «modesta residencia viñera», sólo para estar ocho años... Todo postura, prejuicio, bandera, chascarrillo, tópico, póster, política emocional o -como en lo de «sólo dos mandatos- directamente mentira.
Esa fábula, diseñada con simpleza por un grupo de asesores faltones llegados de más allá del Guadalete a cambio de un buen puñado de euros, colocados por su partido para custodiar y fiscalizar al amado líder, se hunde cuando la situación se pone realmente mal. Cuando todos sus vecinos tienen miedo, a perder la vida, el empleo, o las dos cosas, a ver enfermar a sus seres queridos, resulta que todo ese castillo de cartón se derrumba. La pieza propagandística esencial del personaje (los malos son los ricos, los privilegiados tienen la culpa de todo), se cae cuando el terrible enemigo afecta a todos por igual, a cada persona, a cada familia. Decir que apoyará todas las medidas para prevenir los contagios pero «para todos y todas por igual, sin diferencias de clases» revela sus obsesiones. De paso, también subraya su otro gran rasgo político: la imposibilidad de dar ejemplo. Le pide a los ciudadanos que cumplan estrictamente todas las normas preventivas cuando hace unas semanas aparecía junto a parte de su equipo de concejales y asesores en un bar sin mascarilla y sin respetar distancias de seguridad. Su escolar lenguaje («haz lo que yo diga, no lo que yo haga» o «todo el mal es el capital») sería de risa si no fuera porque hablamos de muerte, dolor, enfermedad y pandemia.