Francisco Apaolaza - OPINIÓN
Bruselas
En la civilizada Bruselas a esta hora hay plazas que se empiezan a parecer a una fiesta. Estamos aprendiendo a morir.
![Bruselas](https://s3.abcstatics.com/media/provincia/2016/03/24/v/bruselas_portadah--620x349.jpg)
Bruselas es una ciudad tan amplia y civilizada que puede volver locos a los hombres. Aquí en 1873 Paul Verlaine le pegó dos tiros a Artur Rimbaud con un revólver Lefaucheux. No podía soportar que lo abandonara. En el orden siempre anida la guerra. Sobre la cruz de las avenidas de grandeza desolada ayer los hombres se sintieron solos. En la amplitud gris e infinita de estas calles de espacios larguísimos es difícil sentirse en compañía, quizás por eso tipos de todos los colores, que así son la gente de Bruselas, se han enfrascado entre las paredes de la escalera de la Bourse. Rodeados de banderas y de gente hacen un intento desesperado de sentirse humanos, que no es otra cosa que estar en compañía de otros.
Al otro lado de las grandes lunas del Grand Café, un sol blanco y liviano y, sin embargo, ácido, hiriente y molesto, no acierta a calentar la tarde. En la concentración de la plaza 24 horas después de la guerra, hay un tipo con un acordeón, un niño con un perro, tres ciclistas de maillot, un grupo de kurdos que sorben café con ruido, una pareja que se besa, tres chavales con la bandera belga pintada en los mofletes, dos hinchas de fútbol y un hippie con el símbolo de la paz pintado en la espalda que invita a la gente a soltar su energía negativa profiriendo gritos al aire. Alguien ha pintado en una pared ‘La vie es belge’. Todos sonríen pues la esperanza, que tiene a veces esas extrañas maneras de manifestarse, ha empapado la plaza, lejos de las calles silenciosas y solitarias en la que todavía a esta hora caminan los espíritus de los muertos de Maelbeek con la ropa desgarrada por las ondas expansivas.
Solo la esperanza es más definitiva que la muerte. Dos canciones, un abrazo gratis, las palmas al aire, y parece que todo desaparece. Que es primavera de nuevo. Y no. Queremos pensar que no pasa nada o que todo pasa, y siempre terminamos por equivocarnos. En realidad sabemos que va a ocurrir de nuevo y que volverán a sonar las sirenas y que habrá gente corriente en las aceras taponando heridas con un kleenex. Quizás las flores, los mensajes con tiza, las canciones en La Bourse, y aquel hombre que paró con un piano en la puerta de Bataclan a tocar ‘Imagine’ nos estén acomodando en el ataúd del terror cotidiano: bombas y después flores. En la civilizada Bruselas a esta hora hay plazas que se empiezan a parecer a una fiesta. Estamos aprendiendo a morir.