OPINIÓN

Bonanza

Me dejo arrastrar por mi apetito voraz en la fritada de las ideas

En cierta ocasión fui testigo presencial del lamento trágico del Gordo Bonanza. Cuando confesó resignado su manifiesta incapacidad para freír tomates. Cada vez que me pongo a freírlos, de cuatro a cinco kilos en una sola perolada, apenas veo que ya pueden estar casi listos, ... empiezo a mojar sopones con la cosa de probarlos, mojo, soplo y pruebo, mojo soplo y pruebo, y cuando me vengo a dar cuenta me encuentro la perola vacía. Me gustan tanto los tomates fritos que no puedo freírlos . Más o menos, fue ese su clamor.

Bonanza era vendedor de lotería. La iba pregonando con su gorra calada, abundantes pliegues en el cogote y ristras de décimos colgándole de las amplias solapas de la chaqueta. Sobrepasaba generosamente los ciento treinta kilos de peso y se manejaba con bastante desenvoltura en su régimen de vida de soltero . Su juventud coincidente con la entrada triunfal en el pueblo de la tele en blanco y negro, su parecido físico con Hoss Cartwright, el personaje con sombrero de diez galones en la serie del mismo nombre, y la capacidad metafórica del paisanaje, le procuraron este apodo que él aceptó no solo por venirle como anillo al dedo, sino sobre todo por una popularidad que repercutía de manera muy favorables en las ventas.

Traigo esto a cuento porque, a raíz de mi último artículo, recibí un tirón de orejas (imagino que cariñoso, estoy dispuesto a reconocer que merecido) de una amiga que me hacía el reproche de que no escribo de forma que me pueda entender «el pueblo llano». He reflexionado sobre esto y he de confesar que quizás me pase como a Bonanza con los tomates fritos. Me pongo a escribir en estilo llano, pero conforme avanzo en las ideas, voy cogiendo, uno tras otro, sopones de palabras , mojo, soplo y pruebo, mojo, soplo y pruebo, y cuando me vengo a dar cuenta ya me he despegado por completo de la capacidad de comprensión del «pueblo llano».

Quizás mi problema principal estribe en que, en mi imaginario personal, no tengo bien definido al «pueblo llano» . No sé si esa entidad abstracta (perdón por el sopón) es la que se hace real frente a las pantallas de la televisión tragando toneladas de basura, o si es esa gente que observo depositando una papeleta en una urna tras haber sido pasado su cerebro por el pasapuré (lo digo porque viene muy a pelo con el asunto de los tomates) propagandístico del discurseo político, o si lo conforma esa legión de condenados a ser convertidos en carne de cañón en cuanto los Trumpes o Putines de turno necesiten munición en la defensa de sus propios intereses.

La verdad es que me gustaría tener clara la imagen de los contornos del escurridizo «pueblo llano» para poder dirigirme a él con la palabra monda y el verbo lirondo . Pero no puedo. No puede reprimir mi deseo de probar la salsa de lo que estoy escribiendo con el uso elevado del léxico (¿lo ven?) y me dejo arrastrar por mi apetito voraz en la fritada de las ideas, y cuando termino alguien me hacer ver, con su razón, que estoy ofreciendo al «pueblo llano» la perola vacía.

Teniendo siempre presente el lamento del Gordo Bonanza , haré propósito de enmienda para tratar de no caer golosamente en delirios literarios y para corregir mis apetitos preliminares (perdón), con la idea de que todo el mundo pueda entender lo que escribo, el primero yo mismo.

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