Opinión
Era un boceto
No sé qué mundo dejaremos a nuestros hijos ni sé de qué manera los puedo proteger de los «bocetos»
Dice un refrán castellano que «a falta de hombres buenos, a mi padre hicieron alcalde», o lo que es lo mismo, que «a falta de pan, buenas son tortas». Y el refranero será antiguo, casposo, ripioso y todos los adjetivos que usted le quiera atribuir, ... pero es de lo más certero. Es por eso que casi prefiero el diccionario de Covarrubias –el de Autoridades– al de la RAE, porque a veces la definición más acertada la tiene la tradición literaria. «Los que saben poco extienden su lengua en cualquier cosa que tienen por novedad», decía el marqués de Santillana, que será todo lo antiguo y ripioso que queramos, pero tiene la virtud de actualizarse continuamente y de poner el dedo en la llaga que más supura. Vivimos tiempos de tortas –en el sentido literario, claro- en los que cualquiera vale, cualquier cosa vale y con todo nos conformamos.
Tiempos de «si es con barba, san Antón y si no la Purísima Concepción», tiempos de «con un seis y un cuatro, aquí tienes tu retrato»; tiempos, convendrá conmigo, de baja exigencia. Lo llamaron igualdad de oportunidades y lo patentaron como una ventaja, como un acto de justicia para que todos llegásemos a la meta. Pero lo que hicieron, en realidad, fue bajar tanto el listón y abrir tanto las puertas, que cuando usted y yo llegamos a la meta, todos los demás ya estaban allí y no porque hubiesen corrido más y mejor, sino porque en el mundo de lo políticamente correcto, el esfuerzo, la capacidad y el mérito no servían para nada. Así estamos, que miremos a donde miremos siempre encontraremos que «el más tonto hace un reloj de madera» –no es incorrección, es otro refrán–, aunque el reloj de madera no funcione, que aquí el fin no justifica los medios, sino que son los medios los que justifican y modifican el fin.
Ahora llámame cualquier cosa que acabe en «–ista», que no me importa. Porque estamos rodeados de gente inepta, de gente sin escrúpulos, de gente sin preparación, sin formación, sin ideas, sin pensamientos, sin palabras, sin obras, y llenos de omisiones. El poder de la mediocridad. Usted lo sabe, tan bien como yo. Mire a su alrededor.
La vida, según nos dijeron, no daba segundas oportunidades. Pero a fuerza de empeño hemos conseguido modificar el patrón biológico y ahora no solo jugamos con dos barajas, sino que giramos y giramos la ruleta hasta que nos salga el número que llevamos. Que equivocarse no solo es un derecho, sino una obligación. Y que no hace falta pedir disculpas, ni decir aquello de «ha sido sin querer», porque basta con buscar a un culpable –están por todas partes– y, en última instancia, repetir elecciones. Así de simple.
Déjeme que le diga algo. Los Reyes Magos no existen. La tradición bíblica habla de unos magos que fueron a adorar al Niño Dios y que bien pudieron ser tres como ser 117, porque San Mateo no especifica el número. Fue la tradición oral fue la que normalizó la trilogía –por aquello de la perfección del número tres– y la representación del mundo conocido en sus tres razas humanas. Por eso, la iconografía más antigua nos muestra a tres hombres blancos, y no será hasta el siglo XV cuando se oscurezca la piel de uno de ellos.
Así que lo de Baltasar no deja de ser un convencionalismo más, cristalizado –eso sí– y normalizado por una tradición aún más tardía. Porque no será hasta el siglo XIX cuando la noche anterior a la Epifanía se convierta en una fiesta con regalos para los niños y todo lo demás.
Solo hacía falta leer un poco, de la wikipedia mismo, y no formar la que han formado por la felicitación navideña de Vox. Unos y otros. Unos, por ignorantes, por mediocres y por torpes; y los otros por ignorantes, por mediocres y por hacer una montaña de un grano de arena y darle voz a quien predica en el desierto.
La excusa de «era un boceto» está tan vista que no merece el más mínimo comentario. Pero la sombra del contubernio judeo-masónico-comunista es demasiado alargada como para no detenerse un momento en ella.
El momentazo de la filtración, la agencia de publicidad que, al parecer, no existe, la imagen copiada de Pinterest, el «Qué vergüenza, Pedro J. Ramírez» del diputado provincial, y la depuración máxima de responsabilidades es muy chapucera. Muy, muy chapucera, y nos habla más de lo que nos dice. Nos habla de la mediocridad que impera en el ambiente. Tanta mediocridad que convirtió al pobre de Baltasar en trending topic nacional y llenó las redes de insultos, de barbaridades y de juicios precipitados que solo han servido para alimentar la hoguera de unas cuantas vanidades.
A veces me da vergüenza del país en el que vivo, pero luego miro al mundo y se me pasa. Nos preocupamos mucho del cambio climático, del reciclaje, de las emisiones de CO2 y de las consecuencias del calentamiento global, y no nos damos cuenta de que los que estamos calentando el ambiente –y de qué manera- somos nosotros mismos.
No sé qué mundo dejaremos a nuestros hijos ni sé de qué manera los puedo proteger de los «bocetos» que les quedarán por ver. Por eso vuelvo al refranero, que nunca falla, y les repito a diario «no extiendas la pierna más de lo que alcanza la manta».