HOJA ROJA

Blacamán ha llegado a la ciudad

Supongo que a estas alturas ya lo cojo a usted reflexionado, que es casi tanto como decir que ya lo cojo confesado

Supongo que a estas alturas ya lo cojo a usted reflexionado, que es casi tanto como decir que ya lo cojo confesado, y dispuesto a comulgar, incluso, con ruedas de molinos que parecen gigantes. O dicho de otra manera, dispuesto a escuchar durante toda la ... jornada esos mantras tan recurrentes que a modo de jaculatoria repetirán –repetiremos– todos, lo de «hoy puede ser un gran día», lo de «puede ser mi gran noche», lo de «hoy es el primer día del resto de nuestras vidas», lo de «se abre una nueva época»…. En fin. Toda la galería de tópicos electorales que culminarán esta nueva fiesta de la democracia de la que, casi seguro, saldremos borrachos y barruntando resaca.

Demasiado previsible para ser una novedad. A la forma, me refiero, que no al fondo, ni a los resultados. Porque si algo bueno tienen las elecciones municipales es que, cada cuatro años, nos entregan un cheque en blanco con el que soñar oportunidades para cambiar la ciudad. Un planteamiento muy ingenuo, dirá usted. Puede. Pero no solo de pan vive el hombre, sino de ilusiones –aunque solo sean trampantojos de la realidad que ven los ilusos– y de proyectos, y de planes y de promesas, y de imaginación, «si somos capaces de imaginarnos mejores es que merecemos ser mejores» que dijo nuestro alcalde el día de su investidura, ¿se acuerda?

Yo sí, porque acumulo desde que tengo uso de razón un archivo de promesas, planes y proyectos que solo ocurrieron en las maquetas y en los programas electorales. Ni que decir tiene que usted también. Y es que, en recortables, hemos visto a nuestra ciudad convertida mil veces en Venice Beach o en Santa Mónica. Hemos visto la plaza de Sevilla con y sin Aduana, el muelle con y sin verja, la playa con y sin arena… en fin. Que llega Blacamán, el vendedor de milagros, «capaz de convencer a un astrónomo de que el mes de febrero no era más que un rebaño de elefantes invisibles» –perdone, pero en estos casos, mejor dejar hablar a García Márquez–, el que, con poco, adormecía a las multitudes «con técnicas de diputado, por si acaso me falla el criterio y algunos se quedan peor de lo que estaban», el asesor de cualquier aprendiz de político.

Todos tenemos el catálogo de nuevos despropósitos en la mano. Todos sabemos que nada de lo que aparece entre colorines y letras brillantes está al alcance nuestro. Pero soñar es gratis, o eso, al menos, deben pensar nuestros políticos, si es que no piensan directamente que somos tontos. Ellos y nosotros conocemos los pasos del baile, pero nos dejamos llevar, y bailamos.

Después del cambio, ya sabe, después de aquel junio de 2015 en el que Cádiz iba a oler a pan, iban a volver los que se fueron por el puente Carranza, se iban a parar los desahucios y la prioridad es que los niños gaditanos comieran al menos una vez al día, los presupuestos iban a ser tan abiertos y tan participativos y tan consensuados que en cuatro años solo se ha sacado adelante uno. Aunque eso ahora no importa demasiado, porque el borrón hace cuenta nueva y lo interesante está por llegar.

Miro el catálogo y no sé con qué quedarme. Si con las viviendas en los palafitos –le prometo que nunca pensé que volvería a verlas–, o con la grada surfde Santa María del Mar, o con la Ciudad de los Niños –insisto, el problema va a ser encontrar a los niños–. Por no hablar del nuevo y futurista Paseo Marítimo o la miniciudad en la Punta. Me gustaría quedarme con todos, porque ya le dije una vez que me pierden las revistas de decoración y los catálogos de IKEA por lo que tienen de irreales y de tóxicos. Pero también me gustan mucho las líneas circulares y transversales de autobuses por toda la ciudad –el desdoble de la línea 1 a partir de las Puertas de Tierra me parece lo más–, y el impresionante despliegue de bonobuses para todos, incluso para mascotas que también podrán viajar en transporte público y que tendrán no una, sino dos –muy Ramonet y sus mantas– playas exclusivas, como aquella playa en la Alameda Apodaca que nos prometieron varias veces y de varias maneras. El alquiler de bicicletas y patines eléctricos –el carril bici, ya sabe–, las bolsas de aparcamientos, y la cultura. ¡Ay, la cultura!

Este apartado es el que entretiene, las páginas de saldo del catálogo. En esta nueva temporada, lo que más se lleva es el patrimonio –vale que ha estado muy abandonado y descuidado–, pero todo es patrimonio que debe «ponerse en valor» aunque nadie sepa que valor es el que hay que poner. Y también se llevan mucho –ahí sí que me alegro, y no sabe usted cuánto– las bibliotecas, aunque casi nadie sepa lo que es una biblioteca. Todos van a construir una o dos o cinco, y alguno hasta aspira a convertir Cádiz en ‘ciudad de los libros’. Nada me gustaría más.

Por eso, con mi catálogo en la mano, me voy a votar. Sé que cuando llegue, o no habrá mi talla, o se habrá agotado el género, o el color será diferente, o simplemente me dirán que aún no han recibido la mercancía. Pero estaré muy pendiente, Blacamán ya ha llegado a la ciudad. A ver qué hace en los próximos cuatro años.

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