Yolanda Vallejo

Bienvenidos a Sevilla

El ‘Freedom of the Seas’ recibió a sus pasajeros a pie de muelle con un gran cartel que decía «Welcome to Seville, Spain», algo que rápidamente encendió la mecha más carpetovetónica de la bizarra dignidad gaditana

YOLANDA VALLEJO

Decía Tagore –citar a Tagore daba antes mucha prestancia- que si lloras porque no puedes no puedes ver el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas, que es lo mismo que decía mi madre, sin la prestancia de Tagore –y ni falta que le hacía- cuando tiraba del refranero para describir que somos «malgastadores de harina y aprovechadores de afrecho». Un poco lo de los árboles que no dejan ver el bosque, y un poco de catetismo, ya sabe usted lo que le digo. Somos así, qué le vamos a hacer, y después de tres mil años, dudo mucho que vayamos a cambiar. Porque lo que mejor aprendimos del cuento de la Lechera fue el final, ese llanto inconsolable ante la leche vertida, «adiós leche, dinero, huevos, pollo, lechón, vaca y ternero». Y nos recreamos tanto en lo que fuimos –o nos dijeron que fuimos- que somos incapaces de ver más allá de nuestros cuadriculados ombligos. Y tan contentos. O no.

El pasado miércoles atracaba en nuestro muelle el ‘Freedom of the Seas’, un trasatlántico con casi cinco mil pasajeros. Uno más, de los cuarenta y cinco barcos que durante este mes llegarán al segundo puerto en importancia en número de cruceros de toda España, que por si aún no nos hemos enterado, es Cádiz; una ciudad que todavía anda dando la espalda al mar y, lo que es peor, dando la espalda a este tipo de turismo de horas, que amanece en nuestras calles vacías y que, casi siempre, se marcha a la hora en la que el gaditano todavía está ventilando la cama. Y no volveré a insistir en la necesidad de cambiar nuestros horarios, ni nuestras costumbres, ni nuestros negocios, porque si después de dos décadas de crucerismo, aún estamos despistados es que no tenemos remedio.

El caso es que el ‘Freedom of the Seas’ recibió a sus pasajeros a pie de muelle con un gran cartel que decía «Welcome to Seville, Spain», algo que rápidamente encendió la mecha más carpetovetónica de la bizarra dignidad gaditana que, aprovechando el afrecho –y sin hacerle caso a la harina-, se iba lamentando por las esquinas «¡Qué vergüenza, qué vergüenza!», «¡Qué humillación para nuestra ciudad!», «nosotros no somos Sevilla» y cosas por el estilo, que acompañaban la salmodia de la lechera. Porque, evidentemente, en Miami –que fue de dónde salió el barco- tienen la obligación de conocer Cádiz, porque aquí se puso el non plus ultra que traducido resulta, y porque vamos a «tricentenear» lo de la Casa de la Contratación, y porque «todo pasa por Cádiz». Catetismo le dije antes, y creo que me quedo corta.

Verá. En los folletos turísticos que ofertan rutas por el mediterráneo, aparece Roma como escala de cruceros. No es Roma, claro está, sino Civitavecchia el puerto al que llegan los cruceristas. Lo mismo que anuncian Florencia, y es Livorno; o La Valeta y es Floriana. Cuestión de marketing geográfico, se entiende. Dudo mucho que a los naturales de Civitavecchia les quite el sueño que algún turista piense que está en la Ciudad Eterna, la rentabilidad supera a la ficción y el orden de los factores, en este caso, altera el producto en beneficio propio. Que una compañía anuncie la llegada a Cádiz utilizando el reclamo de Sevilla, porque es más conocido, o por lo que sea, no debe interpretarse como una afrenta –otra más- con la ciudad vecina, sino como una oportunidad –magnífica, por cierto-, para que otras compañías elijan nuestra ciudad como puerto de escala.

De los noventa cruceros, con apenas cuarenta mil pasajeros, que llegaron a al Puerto de la Bahía de Cádiz en 1996, a los 289 y más de 400.000 cruceristas que nos visitaron en 2016, hay algo más que una moda pasajera –nunca mejor dicho lo de pasajera. Pero si no terminamos de subirnos al carro seguiremos dando traspiés y tropezando en cada piedra del camino. Porque sí, un día todo pasó por Cádiz, -o eso dicen los libros de historia-, pero hace mucho que Cádiz dejó de ser un sitio de paso. A Cádiz hay que venir, con lo que eso implica. Y si no somos capaces de atraer al visitante, difícilmente recuperaremos nuestro lugar en el mundo.

La Diputación presentaba esta semana el programa de actos de la conmemoración del traslado de la Casa de la Contratación de Sevilla a Cádiz, con el dificilísimo nombre de “Tricenteneando” –las cabezas, a veces, piensan más de la cuenta. Un más de lo mismo de siempre «visitas, rutas, talleres, mesas redondas y ciclos culturales». Y una exposición, que eso no debe faltar nunca, con el pretencioso nombre de «Cuando el mundo giró en torno Cádiz», desafiando las teoría heliocéntricas.

Ahí es donde está nuestro problema, en creernos el centro del universo. Y así nos va. Ni siquiera eso hemos aprendido de la historia. La Casa de la Contratación estuvo en Cádiz, de acuerdo, pero la liberalización de los puertos de uno y otro lado del Atlántico, apenas cincuenta años después del traslado, marcaría el inicio de nuestro declive. La arrogancia y la altanería catetil, a veces, nos impiden reconocerlo.

Lo del otro día con el barco no es una anécdota. Cádiz, a lo largo de la historia, ha sido muchas veces el puerto de Sevilla. Tampoco pasa nada.

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