Adolfo Vigo del Pino
El beso de Pablo Iscariote
Y desde el viernes pasado habrá un nuevo beso, aun cuando no se haya llevado a cabo, como es el que Pablo Iglesias le propuso a Pedro Sánchez
Existen muchos tipos de besos, Los hay de amor pasional, de amor fraterno, de amor maternal. Los hay que pasarán a la historia por el momento en el que se dieron, como el del marinero Edward McDuffie y la joven Edith Shain en Times Square al final de la Segunda Guerra Mundial entre ellos. Los hay más sensuales y los hay más sexuales. Los hay de todo tipo, entre niños jóvenes o veteranos, como bien le gusta recopilar a mi amiga Carmen Sepúlveda en su carpeta de fotos del facebook.
Y desde el viernes pasado habrá un nuevo beso, aun cuando no se haya llevado a cabo, como es el que Pablo Iglesias le propuso a Pedro Sánchez. Un beso que sellaría un pacto entre ambas formaciones. Un beso que, más que aquellos que se daban en las películas románticas de Hollywood de los años 70, nos recuerda a aquel que en el Monte de los Olivos le plantara en la mejilla un tal Judas Iscariote al Salvador. Y es que más de dos mil años después y en plena Cuaresma, se vuelve a repetir aquella traición. Pedro Sánchez, como buen mesías que se cree de la izquierda española, como aquel que ha de venir a solucionar los problemas de una ideología política, se ve tentado por un joven discípulo comunista a firmar un pacto con él para solucionar todos los problemas de nuestro país. En este caso, Pedro es tentado no con la conversión de piedras en panes o con saltar del alero del templo, sino con los reinos del mundo y con su gloria, con el manto púrpura del poder ejecutivo. Alta tentación para un Pedro que, por mucho que se empeñe, ha sumado los peores resultados de la historia socialista en unas elecciones generales, y que a día de hoy se aferra a cualquier pacto, acuerdo o beso, para conseguir mantenerse en el poder, ya no sólo para llegar a ser presidente del Gobierno, sino por poder mantenerse al frente del PSOE, a sabiendas de que si se vuelve a convocar unas elecciones generales, quizás su cabeza ruede en la arena de las primarias socialista, cual cristiano en el circo romano.
Pero ojo, que detrás de ese beso se esconde una traición. Eso que le ofrece Pablo no es más que un ósculo envenenado. Detrás de ese pacto se esconde el interés de Podemos en terminar de destruir lo que queda del PSOE, aquel que antaño fuera un duro rival político, y que hoy no es ni la sombra de lo que llegó a ser durante la transición española. Un beso acaramelado que pretende la traición de Pedro a las bases socialistas, a los militantes que sufren en su día a día, en la lucha diaria de batirse el cobre con las tropas podemitas en los Ayuntamientos, en las Diputaciones, en lo que es el mundo real, los desprecios y los menosprecios de los que se creen la izquierda real de este país, o de esta plurirealidad de identidades, que es como a ellos les gusta denominar a España.
Solo él, Pedro Sánchez, sabe si quiere apartar de su investidura el cáliz de la traición de Iglesias, o someterse a un pacto con el que terminará crucificado en el Palacio de la Moncloa, jugándose sus herederos políticos, socialistas y podemitas, el manto púrpura de la izquierda española, sin esperar que a los tres días haya otras primarias en las que pueda resucitar.