Antonio Ares Camerino
Mi barrio
Entre las calles de La Palma y San Bernardo no hay sitio para la desesperación
Entre las calles de La Palma y San Bernardo no hay sitio para la desesperación. En la esquina del Corralón suele haber bullicio, la razón es el ‘bache’ que limita con Patrocinio y San Félix, lugar de encuentro de aficionados a los toros y al flamenco. Juana, la de la calle Consolación, ya prepara sus primeros caracoles. En el bar La Pipa huele a poleo, cilantro y guindillas. La verdad es que sus gasterópodos terrestres son únicos, caldo claro y picante, sabor a primavera del sur. El Cine Caleta ya luce sus paredes blancas de cal con zocalillo verde esperanza con la intención de distraer las noches veraniegas y de levante al barrio. Enfrente unos barracones no llegan ni a ser una lamentable solución habitacional. El almacén de Juanito vende la leche condensada a granel y el azúcar en paquetitos de papel de estraza atados con maestría. En la calle San Nicolás aún funciona un comedor social. En la puerta trasera del Manicomio, a medio día, se forman colas de personas necesitadas con la esperanza del sustento caliente diario. La droguería de Joaquinito surte de química casera a todo el barrio. El Faro es sólo un proyecto con barra metálica, vino de Chiclana, pescado frito y caballas caleteras. El Periquito con sus cafés y demás mitiga la espera de familiares de pacientes y alivia las guardias del personal sanitario del Hospital de Mora. Casas con dos patios, partiditos, cocina común y un grifo y placa turca por planta. Infravivienda con mayúsculas.