Enrique Montiel de Arnáiz

El ático indómito

Una persona con una sensibilidad tan especial como la que posee un poeta es víctima fácil

Rosario Troncoso es una poeta gaditana -sonrisa rubia, jaquetona y talentosa- a la que recomiendo seguir la pista. Hace cuatro años decidió volcar su gran energía creativa en una revista literaria y cultural titulada ‘El ático de los gatos’, de la que el pasado jueves editó su sexto número. Rodeada de colaboradores, familiares y amigos, presentó también la editorial ‘Takara’, que ha creado junto a Anna Baena y la sevillana Carmen Sotillo, otras dos mujeres talentosas (perdón por la redundancia). El primer título, ‘Efémera’, inserto en su colección ‘Wasabi’, lo firma José Manuel Benítez Ariza.

En esta época de la dinamización en la que cualquier mindundi se dice gestor cultural, escritor autolítico o mamporrero del poder, Rosario se ha mantenido al margen con cierto esfuerzo, aprendiendo de sus propios errores y, a veces, de los ajenos. Una persona con una sensibilidad tan especial como la que posee un poeta es víctima fácil y propicia para la recepción del daño y la ofensa. Abanderada en su independencia y con cierto derroche de un sano egocentrismo, Rosario ha ido entretejiendo un microuniverso literario que trasciende lo cultural. En muchas de sus presentaciones, entre lecturas y recitales, ha pasado del homenaje a la danza y el teatro al cante carnavalesco y el rock isleño de Indómita.

Quizás sea la de Rosario Troncoso una maldición recurrente y recurrida o puede que su vida sea sólo papel pues, como decía Leopoldo María Panero: «La araña cae vencida / sobre el papel / el ruiseñor escapa del bosque en llamas: / no hay nada / sobre el papel: fénix / es el silencio / que se vierte como una lágrima / sobre el papel». Refugiada en su ático indómito, la Troncoso sueña: «Hay personas que pasan por mí, por dentro, a través, por encima y por debajo. Personas que me saltan, me rodean, me rompen. Inmóvil permanezco. Y llegan, todos, en marea, y me abren. Sellan las entradas y salidas».

Reconozco que conozco y no conozco a los poetas. Seres extraordinariamente ingenuos como Amaya Zulueta, joviales como Blanca Flores, bondadosos como Pepa Parra, rebeldes como Carmen Moreno, o retroalimentados de sus disputas como Rosario Troncoso. Los temo y admiro, a la vez. Jamás me aceptarían en su selecto club. Por suerte para mí y para ellos, qué duda cabe.

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