Cuando pase la Navidad

Los datos están ahí, son evidentes; la cuestión es, ¿cómo queremos estar dentro de tres semanas?

Una mujer es traladada en ambulancia tras ser diagnosticada de coronavirus
Ignacio Moreno Bustamante

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Historia real, como muchas otras. Rosa tiene 80 años. Viuda. Vive sola desde hace un montón de años. Tantos que ni se acuerda. Sus dos hijos tienen sus vidas. Le han dado tres nietos. La llaman, van a verla con cierta frecuencia y están pendientes ... de ella. No se siente sola, se sabe ‘vigilada’ y cuando ha hecho falta, los suyos siempre han estado ahí. Pero en la práctica, en el día a día, está más tiempo sola que acompañada. Se apaña bien. Cocina, limpia y va a la compra. Y por las tardes, no todas, queda con algunas amigas. La radio por la mañana y la tele por la noche hacen el resto. Más bien, Rosa hacía todo esto hasta hace exactamente doce días, que dio positivo por coronavirus. Fue tras la visita de uno de sus hijos con un nieto, el sábado por la tarde. A los dos días el niño, casi adolescente ya, tuvo algo de fiebre y mal cuerpo, bastante leve. Pero poco después ella empezó a sentirse mal. Destemplanza, dolor muscular. Tampoco nada excesivamente preocupante, aunque la cabeza empezaba a darle vueltas. ¿Sería coronavirus? Una noche notó que empezaba a faltarle un poco el aire y llamó a su hijo. Este a su vez llamó al centro de salud y alertó de que su madre podría haber estado en contacto directo con un contagiado por Covid-19. Le dijeron que esperara en casa y que la llamarían. A esas alturas el miedo y los nervios ya eran los que dominaban su cabeza y la de Salva, su hijo. Así que éste cogió el coche, fue a recogerla y la llevo a que le hicieran una PCR en un centro privado. Positivo. Rosa se sentía cada vez peor y la llevó al hospital. Allí la examinaron y activaron el protocolo. Los síntomas no eran excesivamente graves, así que la mandaron de nuevo para casa. Al día siguiente se encontraba aún peor. Salva volvió a llamar al médico y mandaron una ambulancia. El déficit respiratorio ya era más agudo, y se quedó ingresada en planta. Ella sola. El protocolo a este respecto es muy estricto. Sólo podía acompañarla un familiar. Pero quedaría ‘confinado’ con ella. Y Rosa dijo que ni hablar, que no era necesario. Tenía miedo, pero también es fuerte. Tras un par de días controlada, al tercero volvieron a agravarse los síntomas. Ahora mismo está enchufada a un respirador. Los médicos no tienen un mal pronóstico para ella, pero saben que va para largo. Una historia real, como otras muchas de las que seguro que a usted le han tocado más de cerca de lo que desearía.

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