Felicidad Rodríguez - OPINIÓN

La aritmética del diablo

Los electores ya llevaron a cabo, el pasado fin de semana, su ejercicio de responsabilidad

FELICIDAD RODRÍGUEZ

Este año el sorteo extraordinario de Navidad ha coincidido con las inmediatas jornadas postelectorales. Así que es previsible que, durante unos días, las noticias sobre el reparto del gordo, y del resto de los premios, compartan titulares y páginas de prensa con los análisis, los debates y las previsiones sobre los hipotéticos acuerdos para la constitución del gobierno de España y sobre lo que nos deparará la XI Legislatura de nuestra democracia. Desde que la lotería de Navidad se crease, precisamente en Cádiz, allá por diciembre de 1812, no se había producido la coincidencia de dos situaciones que, aunque bien distintas, no dejan de tener un cierto grado de similitud en lo que se refiere a las actitudes personales de los protagonistas; en ambos casos, los ciudadanos. Unos viven la que es la lotería por excelencia con total indiferencia y ni siquiera han intentado hacerse con una parte compartida de un décimo. Una indiferencia comparable a la que han mostrado los que han optado por la abstención en las recientes elecciones generales, excepción hecha de aquellos a los que físicamente les ha sido imposible ejercer su derecho al voto. Otros han adquirido su décimo con una cierta dosis de escepticismo, lo que vendría a ser equivalente con la opción tomada por aquellos que han emitido votos en blanco. Y, naturalmente, esa amplia horquilla que va desde la ilusión contenida hasta la certidumbre más arraigada, pasando por la esperanza de que el resultado ganador coincida con nuestro décimo o con nuestra opción política, según sea el caso. Y luego, tras los resultados, la indiferencia de nuevo, la resignación, el desengaño, la alegría, o la euforia, también según corresponda, expresadas individual o colectivamente. Y aquí se acaban las similitudes. Porque cuando hoy los niños de San Ildefonso canten las bolas, lo que salga será producto del más puro azar; será la suerte, justa o injusta, la que haga descorchar las botellas o nos haga encogernos de hombros y empezar a soñar con la lotería del Niño. Por el contrario, en el caso de las elecciones, los resultados son los que todos y cada uno de los electores han decidido. Y otra diferencia fundamental. Mientras que lo que hoy deparen los bombos en el Teatro Real de Madrid afectará, por muy repartida que esté la suerte, a unos pocos agraciados, los resultados del pasado domingo tendrán consecuencias importantes sobre todos y cada uno de los ciudadanos. Los electores ya llevaron a cabo, el pasado fin de semana, su ejercicio de responsabilidad para elegir a los 350 diputados que tendrán el honor, y el compromiso, de representarlos; ahora, y de acuerdo con el mandato dado, toca cumplir con él. Con un margen de más de 30 escaños, y con una diferencia de cerca de 2 millones de votos con respecto a la segunda opción política, la mayoría de los votantes ha tomado una decisión clara, la de dar la victoria al Partido Popular. Es cierto que, en el juego democrático, se produce lo que ha dado en llamarse la aritmética electoral; pero hay evitar que ese escenario de apoyos y alianzas termine convirtiéndose en un auténtica aritmética del diablo que, en definitiva, defraude no solo a lo que ha decidido la mayoría sino también a la casi totalidad de la ciudadanía.

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