Yolanda Vallejo - HOJA ROJA

Argumentos de clavicordio desafinado

Esto se veía venir. Desde que los cuarentones empezaron a celebrar sus cumpleaños en Chiquipark

YOLANDA VALLEJO

Esto se veía venir. Desde que los cuarentones empezaron a celebrar sus cumpleaños en Chiquipark y a tener desdobles de personalidad al frenético ritmo de «soy una taza, una tetera, una cuchara, un cucharón» y así, quedó claro que esto iba de mal en peor. Tal y como estaba el patio –me encantan las frases hechas que no quieren decir nada– mucho estábamos tardando en caer. La culpa no fue del chachachá, –como correspondía por edad–, sino de los Teletubbies, auténticos iconos Logse, para los que siempre había una segunda oportunidad; ¿que algo salía mal? pues aparecían aquellos absurdos seres, corriendo por las praderas y gritando «otra vez, otra vez». Y repetían hasta la saciedad cualquier actividad. Hasta la saciedad, digo, porque nunca nada les salía del todo bien.

Eran el contrapunto perfecto al Coyote y sus trucos marca Acme, ¿se acuerda? Lo que va de una generación a otra, mire usted. Siempre me pregunté por qué el coyote no probaba de nuevo el detonador o por qué no ponía la piedra más al filo del acantilado. Pero no, nunca lo intentaba dos veces. El coyote era un perdedor y los Teletubbies unos estúpidos seres mimados, que resultaban muy cómodos para la formación del espíritu nacional de la primera década del siglo XXI. De aquellos barros, vinieron estos lodos, no me cabe la menor duda. Y así hemos llegado hasta donde estamos.

Podría parecer una frivolidad o podría parecer infantilismo, si no fuera porque las hojas han sustituido a los rábanos en prácticamente todas las instituciones y en todos los grupos sociales. Y es que las hojas han crecido tanto, tanto, que no dejan ver el bosque. La aprobación de los Presupuestos Generales del Estado en la lonja parlamentaria se quedó en el detalle del voto errado del presidente y de algún diputado más, y en las dos sillas que –no fue, desde luego, por el peso político de sus ocupantes– se rompieron entre las más de 5.000 enmiendas presentadas. Un circo, «con perdón para el circo» como dijo la presidenta de la cámara. La salida de EEUU del pacto de París, –con todo lo que esta espantada puede calentar el planeta– se quedó en el «covfefe» de Trump, que se convirtió en tendencia mucho antes de que el presidente se despertara de su siesta. El fiscal anticorrupción demostró que el oxímoron también puede ser una manera de buscarse la vida; la mujer del César, en este caso, se conformó sólo con parecerlo. Y siga, que seguro que usted tiene más datos y más ejemplos que yo. Un qué más da constante, un «otra vez, otra vez» eterno.

Porque luego nos lamentamos y nos rasgamos las vestiduras salmodiando aquello de «¿qué he hecho yo para merecer esto?», pero en el fondo, todos hemos votado a Trump, todos dijimos sí al Brexit, y todos hemos firmado para que el Espagueti Volador , líder supremo de los pastafari, reciba la medalla de oro de nuestra ciudad. Total, todo fuera eso, echar una firma. Para las ninfas, contra las ninfas; para las barbacoas, contra las barbacoas; para la fecha fija, contra la fecha fija; para las terrazas, contra las terrazas; para los mulos, contra los mulos… Argumentos de clavicordio desafinado, como decía nuestro alcalde.

Tocamos de oídas y así nos va. Como nadie conoce la partitura, ni siquiera el director de la orquesta, lo lógico es que las notas se escapen de manera descontrolada en cualquier momento. Sin ritmo, sin compás. Visto lo visto, podía haber sido El Guerrero del Antifaz –que se quede como está– o el Pollito Inglés –sin mover los pies– ; incluso podía haber sido el «ha llegado una carta», por aquello de los tiempos epistolares que corren. Pero no.

La última moda en las redes es un juego tonto, un entretenimiento pueril que ha hecho furor entre los cuarentones del Chiquipark, a los que ya habíamos visto posando al borde de la piscina, tirándose cubos de agua helada por encima –lo de los cubos afectó también a la entonces alcaldesa, ¿se acuerda?– y posando como maniquíes de El Palacio de la Moda. Lo de ahora, sin embargo, me parece más interesante, aunque ellos nos lo sepan.

The Floor is Lava es la última incorporación de la colección de despropósitos en las redes sociales. Consiste, en grabar a alguien que, al grito de «El suelo es lava», debe actuar como si la tierra ardiese bajo sus pies y debe colocarse rápidamente sobre algún objeto que le salve de la quema. El reto, y lo que al parecer resulta más divertido, está en colgarlo en las redes sociales y en conseguir que crezca el número de personas que continúen el hilo. Un mamarracho, dígalo usted por mí. Más de 65 millones de visualizaciones y todo tipo de situaciones absurdas son suficientes para distraernos de la realidad.

Que el suelo sea lava, que nos queme bajo los pies y nos obligue a movernos, tampoco está tan mal. Si lo piensa con frialdad, el movimiento siempre ha sido más productivo que la parálisis. Quizá algo se esté moviendo, quizá algo esté cambiando… Sólo hay que repasar los últimos datos del CIS.

Lo mismo no vamos tan desafinados.

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