Fernando Sicre Gilabert - OPINIÓN

De aquellos polvos, estos lodos

La izquierda, toda la progresía, cejas incluidas, construyeron y bendijeron ‘urbi et orbe’ la relación maléfica de la justificación de la presencia en Azores con futuras matanzas en España y sin duda con el 11 marzo. Lo que ya se sabía queda probado ahora: todo era una burda mentira

FERNANDO SICRE GILABERT

La izquierda, toda la progresía, cejas incluidas, construyeron y bendijeron ‘urbi et orbe’ la relación maléfica de la justificación de la presencia en Azores con futuras matanzas en España y sin duda con el 11 marzo. Lo que ya se sabía queda probado ahora: todo era una burda mentira. Ni Alemania ni Francia intervinieron de ninguna forma en la Guerra de Irak y sin embargo han sufrido la barbarie yihadista. Una vez más el gran traidor de la nación española, el expresidente y su ceja enaltecida, como un actor más, intentó acorralar al centro derecha. No era la primera vez que lo hacía. El Pacto del Tinell fue una más de las evidencias de este personaje metido a presidente de gobierno. Ese pacto consistió en un acuerdo para un gobierno catalanista-independentista y de izquierdas en la Generalidad de Cataluña. En las elecciones catalanas de 2003, ERC apareció como el árbitro de la situación, después de verse rechazada su propuesta de gobierno de concentración de todos los partidos menos el PP. ERC intentó la negociación a dos bandas. Las reuniones habidas para formar gobierno versaron básicamente y en la práctica, tanto con CiU como con el PSC sobre asuntos como la nueva financiación autonómica o el nuevo Estatuto de Autonomía. ERC optó por asociarse con el PSC e IU. El texto decía que «los partidos firmantes del presente acuerdo se comprometen a no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad, acuerdo de legislatura y acuerdo parlamentario estable, con el PP en el Gobierno de la Generalidad. Igualmente se comprometen a impedir la presencia del PP en el Gobierno del Estado y a renunciar a establecer pactos de gobierno y pactos parlamentarios estables en las cámaras estatales». Pues bien, ahí tiene lugar el inicio del intento de destrozo de España. Y como no, al año siguiente, en noviembre de 2004, es el entonces presidente del Gobierno el que abandera directamente la destrucción. En el Senado afirmó que no hay diferencia entre nación y nacionalidad, apostillando que si hay un concepto «discutible y discutido en la teoría política y en la ciencia constitucional» es precisamente el de nación.

A colación con lo expuesto me referiré a tres cuestiones:

1. El término nación lógicamente tiene acepciones, pero en ningún caso existen dudas del significado y las consecuencias jurídicas del mimo en el caso español. El pueblo español es el sujeto de la soberanía nacional. La nación española en el ámbito jurídico político es el sujeto político en el que reside la soberanía constituyente del Estado. Ahora bien, el concepto de nación cultural, como concepto socio-ideológico se puede definir, como una comunidad humana, con ciertas características culturales comunes, a las que dota de un sentido ético-político. En sentido lato nación se emplea con variados significados: Estado, país, territorio o los habitantes de ellos, etnia o pueblo. Por lo tanto, solo el pueblo español es el sujeto de la soberanía constituido como nación.

2. El termino traición, atribuido al que traiciona o que es un traidor, se refiere al que no guarda la fidelidad debida, ser la causa de que algo fracase, ser infiel a los principios que prometió o juró. Si en el Senado se discute el término nación para referirse a la española y no para hacer elucubraciones en abstracto de naturaleza doctrinal, el concepto no puede ofrecer ninguna duda. Si se las ofrece, una de dos, es un inepto desde la perspectiva intelectual.

3. El Tribunal Constitucional alemán lo ha dejado clarísimo en una sola frase, amén de inadmitir la cuestión a trámite. Ningún Estado puede celebra consulta de autodeterminación, ya que se conculcaría el orden constitucional. La soberanía reside en el pueblo alemán, en su conjunto, en virtud de su poder constituyente y en libre autodeterminación, otorgándose así la Ley Fundamental de Bon de 1949.

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