Montiel de Árnaiz - OPINIÓN

Apodysofílicos

La amanecida del 6 de enero se está convirtiendo en estos últimos tiempos 2.0 en un muestrario de nuestros vicios sin virtudes, una pista holmesiana de la necesidad intrínseca de hacernos del cariño ajeno

La amanecida del 6 de enero se está convirtiendo en estos últimos tiempos 2.0 en un muestrario de nuestros vicios sin virtudes, una pista holmesiana de la necesidad intrínseca de hacernos del cariño ajeno. Ya incluso antes de que los niños rompan los ropajes de sus regalos, poseídos por la ira de un demonio diminuto que acampa en sus corazones de corruptos en potencia, empezamos a hacer fotografías y vídeos de los obsequios recibidos de SSMM y, lo que es peor, a subirlos a Facebook, Twitter o Instagram. Queremos que nuestros amigos virtuales nos aplaudan el gusto, se solacen con la alegría de nuestros niños, rían con esos regalos endemoniadamente divertidos con los que algunas esposas como la mía nos sorprenden cada año.

En esto de la exhibición del día de Reyes hay también un interesante componente psicológico, sociológico y casi diría que ontológico. Imagino a una legión de psicoanalistas (argentinos, a poder ser) estudiando al detalle nuestras tipologías de impudorosos exhibidores. Por ejemplo, los aficionados a la literatura exhiben los libros recién llegados a la biblioteca, etiquetando si es posible en la publicación a los autores de los mismos para alegría de éstos, aunque no tengan nada claro que el polluelo etiquetador vaya a leerse su obra. Luego están los forofos de un equipo de fútbol, que suben las relucientes equipaciones de sus clubes como si ellos mismos hubieran colaborado a ganar la undécima Copa de Europa pese a haber sido el último descarte de la convocatoria de Zidane. ¿Y qué decir de aquellos que exhiben mascotas como si las hubiera parido el mismísimo Baltasar? Miles de cachorrillos aúllan en cajitas perforadas esperando que unos pequeños duendes los sorprendan y sean recipientes de sus millones de cariños llenos de baba.

Sin embargo, los que más sorprenden a los sesudos analizadores de la realidad contemporánea, los que más les dicen casi sin desearlo, son los que pertenecen a una extraña raza en vías de extinción, los que como el mercurio son ilegibles: los que no dejan prueba ni huella. Esa gente opaca y hermética que no publicita los regalos que SSMM de Oriente han dejado sobre sus zapatos, al pie del árbol coronado por una estrella. Ya les digo: no son de fiar. Algo tendrán que ocultar.

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