Antonio Papell - OPINIÓN
El turismo, la enfermedad holandesa
Es obvio que no se trata de desechar el turismo, ni mucho menos, pero sí de reconvertirlo, primero, y de avanzar en actividades más productivas, generadoras de mejor empleo, después
En 1959, se descubrió en Groningen, en el noroeste de Holanda, un gran yacimiento de gas natural, el décimo del mundo, que en 1963 se puso en explotación, con la consiguiente generación de riqueza para el país. Pero una década después, «The Economist» publicó un ... célebre y resonante artículo titulado ‘Dutch Disease’ -La enfermedad holandesa- en el que se analizaba el impacto del gas natural en la economía del país. Holanda había creado mucho empleo en la industria gasística y el sector servicios, pero había decrecido notablemente la mano de obra empleada en el sector industrial. El país se había centrado en la extracción y comercialización de recursos, creándose numerosos empleos en sectores poco competitivos porque eran generadores de escaso valor añadido. De todo esto ha hablado aquí Roger Senserrich recientemente en sus artículos.
Esta reflexión se puede trasponer relativamente a España, donde evidentemente no se ha encontrado gas natural caído del cielo. En nuestro país, lo que nos ha llovido generosamente de lo alto ha sido el turismo, a causa de las indudables bellezas naturales del país, del acervo cultural que hemos acumulado, de su posición geográfica estratégica y de su envidiable clima.
Teníamos, en fin, al alcance de la mano el negocio turístico, que corrió por cierto serio peligro durante la etapa desarrollistas del franquismo porque se descuidó el cuidado medioambiental y la protección de los tesoros paisajísticos, pero que en la última fase de la dictadura y en toda la etapa democrática se ha expandido hasta hacer de nuestro país el segundo más turístico del mundo: 82,7 millones de visitantes en 2018. Por encima está Francia y por detrás de España se sitúan EE UU, China e Italia... Además, el turismo se ha convertido en el sector que más riqueza aporta a la economía española, con un total, en 2018, de 176.000 millones de euros anuales que representan el 14,6% del PIB y 2,8 millones de empleos, según un informe elaborado por la asociación empresarial World Travel & Tourism Council (WTTC). El sector servicios de mercado en su conjunto representó más del 49% del PIB en 2018.
Paralelamente, la industria española se tambalea: ya solo representa el 16% del Producto Interior Bruto (PIB), frente al 18,7% que suponía en el año 2000, alejándose así del objetivo marcado por la Unión Europea de que el sector industrial suponga el 20% el PIB en 2020, todo ello según el último Barómetro Industrial 2019 elaborado por el Consejo General de la Ingeniería Técnica Industrial (COGITI) y el Consejo General de Economistas (CGE). La caída de la industria manufacturera, que excluye a la construcción, ha sido aún mayor, ya que ha pasado del 16,2% al 12,6% del PIB en los últimos ocho años. Y el sector industrial produce empleos fijos, a jornada completa y bien remunerados.
Esta sobreabundancia del turismo ha sido en cierto modo providencial, pero las dos crisis del siglo XXI han puesto de manifiesto con crudeza la mala calidad del empleo turístico y su precariedad.
Durante mucho tiempo se pensó que la mejor política industrial es la que no existe, pero hoy las cosas han cambiado: la propia UE fomenta la expansión de las manifacturas y España debería impulsar la industrialización mediante los resortes de que dispone cualquier Estado: políticas fiscales, inversión en I+D y formación adecuada.
Es obvio que no se trata de desechar el turismo, ni mucho menos, pero sí de reconvertirlo, primero, y de avanzar en actividades más productivas, generadoras de mejor empleo, después.