Antonio Papell

El teletrabajo, pros y contras

Las relaciones laborales conservan aún elementos conflictivos irresueltos y la idea de cooperación entre capital y trabajo sigue sin decantar del todo

Antonio Papell

El trabajo, condena bíblica en nuestra cultura judeocristiana, conserva aquí connotaciones negativas que vinculan laboriosidad, pena y redención. Mientras la famosa obra de Max Weber «La ética protestante y el espíritu del capitalismo» sostiene la compatibilidad entre el desarrollo de protestantismo y del capitalismo –la ... racionalidad conduce al éxito económico, que es una bendición de Dios–, el catolicismo ha enfatizado siempre el ascetismo, la pobreza, como la principal virtud. El evangelio de Mateo resume tal posición en una conocida afirmación puesta en boca de Jesucristo: «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos».

Todo esto no es indiferente a la hora de organizar jurídica y políticamente el trabajo, en un mundo que ha llegado a los equilibrios actuales tras muchos decenios de lucha de clases, de negociación colectiva y de deliberación política sobre los derechos y libertades. A causa de esta evolución, las relaciones laborales conservan aún elementos conflictivos irresueltos y la idea de cooperación entre capital y trabajo sigue sin decantar del todo. Por eso, la idea genuina del trabajo es la que mantiene al trabajador en su puesto pretederminado por la empresa –’amarrado al duro banco’–, sometido a escrutinio de entradas, salidas y rendimiento, y cuyas condiciones materiales provienen de convenios colectivos de sector y de empresa. El presencialismo era/es fruto de la desconfianza.

Por esta razón, el teletrabajo tenía hasta la pandemia una posición relativamente marginal en España. Un estudio del Banco de España publicado en mayo refleja que «España se situó en 2018, último año para el que se dispone de información homogénea, en la posición número 19 de los 28 países de la UE, muy por debajo del promedio europeo de empleados que teletrabajan (13,5%), con el 7,5% del total, claramente distanciada de las cifras de otros grandes países, como Francia (20,8%) o Alemania (11,6%)». El informe destaca la posición atrasada de España pero también la gran heterogeneidad entre países. En general, esta forma de trabajo se practica más en el Norte que en el Sur de Europa: en los Países Bajos y en Suecia más del 30 % del total de trabajadores desarrollaron su actividad laboral a distancia en 2018, al tiempo que esta modalidad fue prácticamente inexistente en Chipre, Bulgaria o Rumanía.

Lo cierto es que la pandemia, que se ha resuelto mediante el confinamiento de la población, ha tenido la virtud de forzar el recurso al teletrabajo. Y hoy la incógnita estriba en comprobar qué fracción de esta fórmula se mantiene en la ‘nueva normalidad’ y después. Hay quien piensa, como Luis Díaz, director general de Accenture, que «hay dos razones fundamentales (para que no se extienda el teletrabajo): la falta de medios para realizar el trabajo en entornos digitales de forma eficaz y segura, y la cultura organizativa»; y hay quien cree que el teletrabajo ha llegado para quedarse. El Gobierno, por si acaso, ha sometido a información pública un proyecto normativo de modificación y elaboración de las condiciones para prestar trabajo por cuenta ajena a distancia (una ‘ley de teletrabajo’).

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