Antonio Papell

La pandemia nos retrata

Irrita profundamente pensar que si en lugar de lanzarnos a celebrar la buena nueva nos hubiéramos dedicado a evitar los rebrotes con mayores cautelas, no hubiéramos arruinado la temporada turística de verano

Gente con mascarillas por Cádiz. A.V.

Antonio Papell

No hay una relación fija y directa entre el desarrollo socioeconómico de los países y el efecto de la pandemia en ellos. Probablemente sea mucho más perceptible la correlación entre las clases sociales de un país determinado y la variable incidencia del coronavirus en los ... diferentes niveles de renta. Sin embargo, no cabe duda de que este mazazo que estamos recibiendo desde febrero y que no muestra ni mucho menos un horizonte claro de salida habrá de servir para evaluar nuestras defensas, nuestras capacidades, nuestras debilidades, nuestras carencias absolutas, la validez de nuestros tópicos favorables y desfavorables, etc.

 Este sábado, Andrea Rizzi efectuaba estén rotundo diagnóstico: « España está en el furgón de cola de Europa tanto en indicadores sanitarios como económicos ; además, en estrecha vinculación causal con esas dos debacles, también parece situarse a la cola en términos políticos, con un nivel de crispación y partidismo altísimo, aunque esto último no sea medible con datos numéricos. Hay países con un impacto sanitario acumulado terrible (Reino Unido), otros que ahora mismo sufren a un nivel parecido aunque un poco inferior (Francia), otros que van rumbo a contracciones económicas de orden de magnitud similares aunque un poco más leves (Italia), y, por supuesto, muchos en los que la dinámica política no es exactamente inspiradora. Difícil, sin embargo, encontrar un país con un panorama tan sombrío en todo el horizonte como en España».

Algunos han querido buscar ciertos rasgos intrínsecos que explicarían nuestra mayor vulnerabilidad y nuestra menor capacidad para defendernos de la agresión. Habitamos una encrucijada geográfica de caminos, vivimos en la calle, formamos muchedumbres con gran facilidad, somos promiscuos y afectuosos, etc . Hace tiempo que la sociología política, que defendió en un tiempo pasado (por ejemplo) la indolencia y la consecuencia miseria de los ciudadanos de los países tropicales a causa del calor, lo que dificultaba que avanzasen hacia regímenes democráticos y desarrollados, ha desacreditado los factores naturales que supuestamente civilizaban el norte y asilvestraban el sur. Aquí, en realidad, nuestra situación es más compleja que la que utilizan algunos analistas intuitivos. Porque, de hecho, aunque la pandemia nos embistió súbitamente en las peores condiciones imaginables -no disponíamos del material sanitario más elemental, ni de respiradores, ni de personal suficiente-, en junio habíamos controlado absolutamente la infección. Sin embargo, una vez conseguido lo más difícil, no fuimos capaces de preservar lo logrado. Irrita profundamente pensar que si en lugar de lanzarnos a celebrar la buena nueva nos hubiéramos dedicado a evitar los rebrotes con mayores cautelas, no hubiéramos arruinado la temporada turística de verano. Ni hubiésemos recaído, con el saldo dramático de muertes que tenemos que añadir al cómputo de la primera oleada.

En cuanto el Estado, presionado por las ávidas comunidades autónomas, cedió los mandos a las regiones, que son las titulares de la competencia en materia de salud, la precaria conquista se vino abajo. La inepcia de una clase política de segundo nivel mal preparada ha tenido gran parte de la culpa. En Madrid, por ejemplo, es patético asistir estos días a la resistencia ardorosa de las autoridades regionales a medidas de control más rigurosas, teniendo como tiene la CAM bastantes más de 500 infectados diarios por cada 100.000 habitantes, cuando Berlín, con menos de 50 infectados por cada 100.000 habitantes, está en el grado máximo de alarma sanitaria.

Era mentira que tuviéramos una de las mejores asistencias sanitarias del mundo. Entre otras razones porque en lo que va de siglo nos hemos esmerado en debilitarla presupuestariamente. No estábamos preparados ni de lejos para una emergencia, y no disponemos de dotaciones ni de profesionales bastantes. Tampoco hay expertos suficientes en gestión sanitaria y todo ha tenido que improvisarse de mala manera. Algunas autonomías han acertado, otras han sumido a sus ciudadanos en un siniestro pozo negro.

La conclusión de todo ello es fácil de deducir: nuestro sistema de descentralización no funciona bien. No la descentralización misma sino el modelo, que difiere de los sistemas federales bien experimentados como el alemán. Ya tendríamos que estar estudiando qué ha fallado y por qué, porque este drama está lejos de haber terminado todavía.

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