Antonio Papell
El inquietante furor
Hay una perversa alianza entre sistema mediático y sistema político para la polarización
En uno de los expurgos que hay que hacer para liberarse de papeles viejos, he encontrado el recorte de una crónica de Anabel Díaz fechada el 16 de abril de 1992, y titulada 'Lejos de la escena del sofá'. La víspera de aquel día, Aznar ... acudió a la Moncloa, después de un año de incomunicación con el entonces presidente, Felipe González, y el jefe de la oposición había sido alertado para no dejarse seducir por el líder socialista, encantador de serpientes que sí había embaucado -contaban los maliciosos- a Manuel Fraga. El celestinaje corría a cargo de Gregorio Peces Barba, a la sazón presidente de las Cortes, quien sentaba a ambos a su vera en un sofá cortesano y así se resolvían todos los asuntos de Estado en que el consenso resultaba conveniente o necesario. Por eso, en aquella concreta ocasión, los colaboradores de Aznar se apresuraron a declarar a los medios que aguardaban el desenlace de la entrevista que «no ha habido escena del sofá». Con independencia de lo anecdótico, Fraga y González, representantes genuinos de las dos Españas, mantuvieron una educada y constructiva sintonía y el único desentendimiento realmente insoluble que hubo ente ambos fue el referéndum OTAN. «En esas conversaciones se «normalizaron» conflictos institucionales aunque no fue posible el acuerdo sobre el referéndum de la OTAN a cuya realización Fraga se oponía y provocó su campaña del no», escribió Anabel.
Aznar hizo una oposición dura -«¡váyase, señor González!»-, basada en los casos de corrupción que comenzaron a desgastar al PSOE y en el decaimiento natural que siempre produce una década en el poder. Pero fue pese a todo una oposición adecuada, que no impidió una relación constante más o menos visible y una capacidad de acordar cuestiones de interés común. Aquel mismo año de 1992, González y Aznar firmaron el segundo gran pacto autonómico, en el que se estableció el marco para transferir 32 nuevas competencias, incluida la de Educación, en un intento de igualar a las comunidades de 'vía lenta' con las 'históricas'. Las diez reformas estatutarias pendientes recibieron luz verde del Congreso en 1993. En 1992, los fastos olímpicos de Barcelona y la exposición universal de Sevilla fueron motivo para coincidencias protocolarias continuas entre el rey Juan Carlos, González y Aznar.
Es evidente que desde entonces a hoy día, las relaciones políticas han cambiado. La segunda legislatura de Aznar, en que este gobernó con mayoría absoluta, fue un dechado de unilateralismo que mudó varios de los grandes consensos anteriores (el que existía en política exterior, por ejemplo). Los atentados islamistas de 2004, que el Gobierno de Aznar quiso atribuir a ETA y que condicionaron las elecciones de horas después, generaron resquemores muy intensos y profundos. La gran crisis 2008-2014 terminó de ahondar las diferencias entre los dos grandes partidos y sembró una enemistad que se hizo sistémica con la moción de censura que descabalgó a Rajoy y sentó en la Moncloa a Sánchez.
Existe una tendencia, hasta cierto punto lógica, a atribuir este endurecimiento del tono, esta encolerización política generalizada, a la voluntad de los propios políticos, pero tienen razón quienes, como Pau Marí-Klose, piensan que el entorno mediático tiene también gran responsabilidad en la generación de un clima de violencia y enemistad. Una de las estrategias más exitosas [del sistema mediático] ha sido crear formatos que convierten intereses y opiniones en identidades [.] y confrontarlas con identidades antagónicas. Las tertulias y los debates que se producen con arreglo a estos nuevos formatos [buscan] pertrechar a los políticos que intervienen de munición y oportunidades para utilizarla contra sus adversarios, para anunciar calamidades si no son elegidos e infundir indignación y miedo. Tienen todas las de perder los políticos aburridos que se limitan a exponer pulcramente sus argumentos. [...] En los nuevos entornos mediáticos, son los políticos más diestros en sembrar conflictos identitarios quienes encuentran mayores oportunidades para prosperar. Las grandes provocaciones de Donald Trump, [.] encuentran en los espacios creados terreno abonado para ser cubiertas, reproducidas, comentadas y diseccionadas, reempaquetadas y trasladadas a otras esferas por quienes las manejan en sus batallas identitarias. En este proceso, son celebradas o denostadas, pero no dejan a nadie indiferente.
Hay en definitiva una perversa alianza entre sistema mediático y sistema político para la polarización: habría que asimilar la evidencia antes de buscar soluciones.
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