OPINIÓN
El equilibrio a largo plazo
El abanico parlamentario español es de reciente formación

El abanico parlamentario español es de reciente formación. El desgaste de los partidos de Estado, PP y PSOE, en las dos grandes crisis del siglo por la escasa calidad de las políticas, así como el surgimiento de una escandalosa corrupción que ha alcanzado a elevadísimos ... políticos e incluso al anterior Jefe del Estado, han promovido el surgimiento de nuevas ofertas políticas e ideológicas que han sido parcialmente aceptadas por el electorado, que ha llegado a consagrar un pluripartidismo con cinco actores estatales, difícil por tanto de gestionar, tanto por su propia complejidad como por la falta de experiencia.
Ciudadanos, una formación centrista e innovadora que tuvo oportunidades de desempeñar un gran papel, ha decaído súbitamente y está desapareciendo, a causa del error más abultado que ha cometido líder alguno en democracia, y es improbable que quienes aún no han abandonado estas siglas tengan otro destino posible que su ingreso en el PP, de forma que puede aventurarse que estamos en presencia de un modelo cuatripartito, seriamente influido por las formaciones periféricas, nacionalistas, cuyo peso es inversamente proporcional al tamaño de los partidos estatales y a la estabilidad que las formaciones puedan proporcionar por sí solas.
En otras palabras, dada la cercanía al eje de simetría de la teórica campana de Gauss que representa la adscripción ideológica de los españoles, las futuras mayorías deberían ser de centro-derecha o de centro-izquierda, con una particularidad muy relevante: Vox, una organización de extrema derecha alineada con las organizaciones europeas del mismo signo, no es una formación homologable con las demás. Y aunque mientras acate la Constitución y no vulnere la ley de Partidos tendrá la legitimidad, sectores democráticos muy relevantes de la UE y de España piensan que su afinidad con las ideologías proscritas tras la Segunda Guerra Mundial deben excluirla de los pactos con los partidos democráticos, como por ejemplo se está haciendo en Francia y en Alemania con el RN de Le Pen y con AfD, respectivamente.
El PP no ha resuelto todavía el problema de su relación con Vox, que no es fácil de gestionar. Vox ha surgido de la propia entraña del PP -Abascal es un político profesional que nació a los pechos del PP- aprovechando las dificultades de los populares para capear el temporal de la primera gran crisis del siglo y de la mano de un hombre débil como Rajoy. Y esta familiaridad, que es la que le ha permitido a la nueva formación apoderarse de una parte muy significativa de la clientela del PP, establece una ligazón que para muchos podría justificar la convergencia. Para las amplias clases medias de Alemania y de Francia, la connivencia de las organizaciones centrales con el neonazismo o el neofascismo resultaría inaceptable, pero aquí la clientela del PP no se encuentra molesta por la famosa foto de Colón.
Pero no siempre será así. Vox ha mostrado su rostro menos duro para establecerse, pero ya comienza a enseñar su verdadera faz. En Madrid, ya exige a Ayuso la derogación de las leyes de integración de la comunidad LGTBI, que fueron promulgadas por el PP y que reflejan un sentir transversal muy amplio de la ciudadanía. Y ya comienza a imponer en las comunidades el rigorismo de su credo sectario. No parece posible, en fin, que el PP pueda ejercer el poder en el Estado con la ayuda de Vox.
Así las cosas, a medida que se aproximen las elecciones generales de 2023, el PP debería comenzar a meditar su futuro, que tendría que mirarse en el espejo alemán, con la imagen de la gran coalición. No será posible si Casado sigue manteniendo su inflamación verbal permanente, que impide todos los diálogos y aproximaciones, y que le confina en un nicho de cuyo aislamiento, hasta ahora, solo Vox puede sacarle.