Antonio Papell
La FP, la clave del arco
La educación debe ser el continuum humanista sobre el que se desarrollen transformaciones que cambiarán nuestras vidas
En los años anteriores y posteriores al cambio de milenio, años prósperos y cargados de optimismo económico, algunas voces alertaban de la necesidad de cambiar nuestro modelo de desarrollo, de hacerlo evolucionar para que no dependiera en tal alto grado de la construcción y del ... turismo. Era preciso -decían Pedro Solbes y Rodrigo Rato alternativamente- volcarse en actividades de mayor valor añadido, invertir en I+D+i, incrementar a toda costa la productividad, y, sobre todo, intensificar y optimizar la formación de los trabajadores. Era ya patente que el paro estructural que padecía nuestra economía se debía, por un lado, a los monocultivos económicos -el sector servicios, asociado al turismo, proporciona empleos de pésima calidad-, a la desindustrialización -nunca se consiguió mediante la actividad industrial el 20% del PIB que propone Europa desde hace años-, al desacoplamiento entre el sistema económico y el sistema educativo. Las disfunciones han sido siempre conocidas pero nunca realmente abordadas: la sobrecualificación de los candidatos a trabajos simples ha sido una epidemia que ha lastrado a la juventud, cada vez más desincentivada, y desacreditado la universidad, que a su vez ha estado desconectada de la empresa.
Los tiempos han cambiado -el largo proceso de cambio ha sido doloroso, asociado a la gran pandemia- y ahora nos encontramos impulsados por una oleada de modernización que pretende convertir la pandemia en oportunidad y, en lugar de procurar el regreso a la etapa inmediatamente anterior a la gran crisis, se trata de dar un gran salto cualitativo hacia la modernización. Y para ello, se habilitan cuantiosos fondos, sin coste en gran medida, que habrán de avanzar por una triple vía: la digitalización, la descarbonización. y la formación.
La formación vuelve a ser clave del arco en esta nueva etapa, y este Gobierno, que ya ha sacado adelante una nueva ley educativa -la Lomloe, Ley Orgánica por la que se modifica la LOE de 2006-, que contiene avances técnicos y conceptuales que empiezan a ser reconocidos, se dispone ahora a cubrir otro flanco desabastecido en el pasado: la Formación Profesional. El pasado martes el consejo de ministros sometió el proyecto de ley a su primera lectura, y la ministra del ramo, Isabel Celaá, explicó que la reforma de la Formación Profesional supondrá más flexibilidad, con microformaciones y títulos de másteres de especialización, con pasarelas con la universidad, bilingüe y con más prácticas en empresas. Una de las novedades es que todas las ofertas formativas tendrán carácter acreditable y se podrán acumular. De esta manera, se permitirá a cada persona progresar en sus itinerario de formación y obtener acreditaciones, certificaciones y titulaciones con reconocimiento estatal y europeo. Actualmente, once millones de trabajadores (la mitad de la población activa española) no pueden acreditar sus competencias profesionales, ni acumular un currículum útil para su propia empleabilidad.
Habrá un abanico de ofertas educativas, desde las citadas microformaciones del 30 a 50 horas a másteres de seis meses, pasando por las especialidades de la actual FP, de forma que la oferta de trabajo pueda acomodarse de forma continua a la demanda empresarial. Se trata de que la FP adquiera prestigio, acredite su utilidad y acabe contando con el crédito del sistema económico: además, incluirá idiomas y toda la enseñanza será dual, es decir, se unirán teoría y práctica en todos los casos. Porque la FP no tiene hoy en España verdadero crédito, como lo demuestra el hecho de que solo el 12% de los estudiantes eligen esta opción, cuando en la Unión Europea es del 25% y en los países de la OCDE asciende al 29%.
Crear una infraestructura educativa capaz de adaptarse al devenir de la tecnología es fundamental cuando estamos ingresando en un periodo de automatización imparable que obligará a todos los trabajadores a someterse a procesos de formación continua. La educación debe ser el continuum humanista sobre el que se desarrollen transformaciones que cambiarán nuestras vidas y generarán una selección natural en el mundo del trabajo que dará lugar a grandes brechas y fracturas si no se previene a tiempo el turbión que acabará arrastrándonos. La educación será, en estas circunstancias, el asidero de los ciudadanos a su papel en el mundo.