Antonio Papell

Cambio de régimen

Contra lo que piensan las jóvenes generaciones que no vivieron aquel edificante episodio, no fue nada fácil conseguir la proeza

Antonio Papell

El régimen del 78 fue una patriótica, honrada e inteligente creación de una sociedad muy dolida por su dramática historia reciente que se apiñaba en torno a un consenso basado en dos criterios esenciales: el borrón y cuenta nueva –no cabían las represalias que significarían ... empezar de nuevo el macabro ciclo iniciado con la guerra civil– y la construcción de un régimen democrático lo más avanzado posible, preservando en lo que fuera pertinente la escasa tradición española y capaz de acoger a todos indefinidamente. Contra lo que piensan las jóvenes generaciones que no vivieron aquel edificante episodio, no fue nada fácil conseguir la proeza. Se ha recordado recientemente que seis meses después de que Manuel Fraga Iribarne manifestara que la legalización del Partido Comunista de España por el gobierno todavía no constitucional de Adolfo Suárez el día de Viernes Santo de 1977 había sido «un golpe de Estado en toda regla», firmó junto a Santiago Carrillo los Pactos de la Moncloa , preliminares del consenso constitucional.

El régimen se mantiene en condiciones de relativa buena salud, pero han cambiado los actores y el manual de instrucciones (el reglamento, la Constitución, es la base de la continuidad, aunque ya se duele de la incapacidad de sus administradores para actualizarla sin desvirtuarla). Y la gran transformación del modelo se produjo en las elecciones generales de diciembre de 2015, cuando feneció el bipartidismo imperfecto que había estabilizado el sistema. En aquella ocasión, y a consecuencia de la gravísima crisis 2008-2014 que nuestro sistema político no fue capaz de prever, ni de gestionar, ni de resolver, entraron los populistas de izquierda, decididos a poner fin al ‘régimen del 78’, mientras los nacionalistas catalanes perdían el papel de bisagra que modulaba el bipartidismo y mostraban su faz más arisca, la radicalmente independentista. Tiempo después, tras la potente irrupción de Podemos, nacía Vox, en una pulsión simétrica, en tanto las dos formaciones clásicas quedaban en manos de jóvenes generaciones sin experiencia. El esclarecimiento judicial de una abultada corrupción antes y durante la crisis soliviantó los ánimos, acentuó los radicalismos y facilitó la moción de censura que, dos elecciones mediante, nos ha traído hasta aquí.

Roto el bipartidismo, la formación de mayorías ha sido ardua, y el PSOE ha tenido que pactar con el nacionalismo catalán de izquierdas y con Unidas Podemos para la moción de censura de junio de 2018 y para formar gobierno después de las generales de noviembre de 2019. La acusación de que se avecinaba un cambio de régimen era verosímil ya que tanto los soberanistas como el primer Podemos pretendían cambios estructurales (algo parecido se hubiera podido decir si el PP hubiera pactado con Vox en el Estado como ha hecho en varias comunidades autónomas). Pero el PSOE es un partido viejo, y en este sentido, insobornable, y por supuesto que no pactará con independentistas el desmembramiento de la Nación. Además, hay que señalar que cuando pactó con Unidas Podemos, Iglesias ya había efectuado una evolución a la vista de todo el mundo, hasta el extremo de comparecer en los debates preelectorales con la Constitución en la mano. Iglesias quiere, como muchos españoles, un cambio constitucional, pero sin devaneos revolucionarios.

Es cierto que Unidas Podemos ha izquierdizado al PSOE en el sentido de estimular su faceta más social, pero en ningún momento se han efectuado propuestas que excedan de la Carta Magna. Se podrá acusar, con razón, a Iglesias de frivolidad y hasta de mala educación por mostrar descarnadamente su republicanismo mientras ostenta el cargo de vicepresidente del Gobierno de Su Majestad, pero parecería descabellado temer que semejante ligereza tuviera consecuencias concretas.

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