Antonio Fernández-Repeto - OPINIÓN
Volver a la salida
Cuando hemos vuelto a la libertad de movilidad, después de los meses de confinamiento, he observado, o al menos a mí me lo ha parecido, situaciones paradójicas
Cuando hace muy pocas fechas salíamos del estado de alarma, todos teníamos asumido que aparecerían rebrotes. Era previsible que por las características de estos virus, con la llegada de las bajas temperaturas, la agresividad del Covid-19 adquiriera un repunte estacional. También se consideró en ... un principio que las altas temperaturas del verano podrían protegernos, aunque esto se descartó rápidamente. Lo que no podíamos imaginar es que los rebrotes se produjeran tan pronto.
Desde que terminó la desescalada han comenzado a aparecer focos prácticamente por toda nuestra geografía, unos mas descontrolados que otros, pero por lo que dicen los expertos, la mayoría relacionados por contactos con positivos asintomáticos. A pesar de la realización de muchos test de detección, numerosos infectados no son diagnosticados y se originan focos de contagio que favorecen la aparición de estos rebrotes.
Cuando hemos vuelto a la libertad de movilidad, después de los meses de confinamiento, he observado, o al menos a mí me lo ha parecido, situaciones paradójicas. Si salía por la mañana, gran parte de las personas llevaban mascarillas protectoras, mejor o peor colocadas, pero las usaban. Pero, si salía por la noche, la proporción se invertía, la mayoría no las usaban, sobre todo los jóvenes. Algunos, pocos, las llevaban de collar o pulsera y por supuesto en ningún momento respetando la distancia de seguridad.
He tenido también dos experiencias contrapuestas en estos días. Asistí a una actuación en un local cerrado y, aunque al entrar, nos tomaron la temperatura e insistieron en el uso adecuado de la mascarilla, una vez sentados y guardando una distancia «testimonial» (una silla) de los espectadores adyacentes, nadie, salvo mi esposa y yo, sentados, hizo uso de la mascarilla. Por normativa en un lugar público cerrado todos deberían haberla llevado puesta, pues no, nadie la usó. En contraposición asistí, a un concierto, en la Iglesia del Carmen. El aforo estaba completo, se habían quitado los bancos y en su lugar estaban colocadas sillas a la distancia adecuada. Todo el mundo usó las mascarillas e incluso se había dispuesto un servicio de seguridad que indico a un espectador cerca de mí para que se tapara la nariz que llevaba descubierta de la mascarilla.
Estamos ante una situación delicada, nadie lo duda, y nuestras autoridades, ante el posible empeoramiento de los rebrotes y el negligente comportamiento de muchos de nuestros conciudadanos, han tenido que dictar una orden para que todo el mundo, y siempre, use las mascarillas. La pandemia no es un juego, es una cosa más que seria y, por nuestro bien, tenemos que colaborar en su erradicación.
La edad no es una patente de corso, ni mucho menos. Bien haríamos los más mayores en convencer y educar a nuestros jóvenes y adolescentes para que cumplan la normativa sanitaria. La libertad no es libertinaje y esto no es una represión, es simplemente, defendernos de un enemigo implacable, el coronavirus. Si no, como en el juego de la Oca, volveremos a la casilla de salida.