Nuestros amigos
Es muy cómodo distraer a un niño o un adolescente facilitándole una caja tonta para que nos dejen tranquilos
Comienza el mes de julio y nuestra ciudad, como cada año, cambia totalmente su fisonomía. Hasta estas fechas la atracción principal eran las calles del casco antiguo, pero a partir de estas fechas la actividad predominante será acudir a nuestras playas y disfrutar de los ... paseos o terrazas a la fresquita tras la puesta del sol.
Recuerdo con especial cariño aquellas fechas en las que, al haber terminado las clases y antes de empezar a preparar las pendientes de Septiembre (cosa que con la nueva ley de educación no va a volver pasar), nos reencontrábamos las pandillas y comenzaban unas jornadas de lo mas pintorescas.
Por las mañanas, generalmente después de las once, hacíamos un hatillo con la toalla, enrollábamos el bañador, y nos dirigíamos a la parada del tranvía de la fuente de las tortugas. Pacientemente guardábamos la cola y recorríamos en ellos, repletos hasta las plataformas, toda la Avenida hasta la plaza del Hotel Playa. Accedíamos a la playa y por ‘la loza’, nos dirigíamos a la caseta de uno de los de la pandilla que nos servia de centro de reunión. Nos encontrábamos todos y entre baños, partidos de pelota, o charletas bajo el toldo, pasábamos la mañana. Estos ratitos playeros lógicamente servían también para nuestros primeros galanteos con las niñas. Estas pandillas veraniegas solían componerse de compañeros de colegio mezclados con niñas de otros colegios también amigas o compañeras de clase y a estos grupos más estables, se añadían en verano algunos amigos o amigas que veraneaban aquí y procedentes normalmente de Sevilla o Madrid. Terminada la jornada playera, sobre las una y media o las dos, retomábamos el hatillo con el bañador, ya empapado, y de nuevo en el tranvía regresábamos a casa para almorzar.
Las tardes, como no podía ser de otra forma, volvía a reunir a las pandillas pero esta vez en sus dominios habituales: la alameda, plaza de Mina, Canalejas, San Antonio o Candelaria. Cada una tenía su ubicación preestablecida y desde las seis y media o las siete hasta como mucho las diez de la noche nos dedicábamos a corretear jugando al contra, al puli o incluso al escondite o a patinar a todo lo largo y ancho de las plazas.
Estas eran las ocupaciones y diversiones de aquellas épocas veraniegas de nuestra infancia. Luego, cuando cumplíamos ya los dieciséis o dieciocho años, esos juegos se transformaban en paseos por el ‘tontódromo’ o alguna que otra reunión, cuando podíamos, en cafeterías como Viena o La Camelia.
Hoy, desgraciadamente no es igual o al menos a mí no me lo parece. La tecnología ha invadido nuestras vidas y nuestros jóvenes han adoptado otras distracciones. La televisión, las consolas, las tablets o las pantallas de los móviles tienen tanta atracción que nuestros infantes aparecen casi siempre imbuidos en ellas.
Debemos hacer examen de conciencia y ver la parte de culpa que tenemos cada uno. Es muy cómodo distraer a un niño o un adolescente facilitándole una caja tonta para que nos dejen tranquilos. Hay que intentar despertar su creatividad y que desarrollen sus relaciones sociales como hicimos nosotros. Así, solo crearemos seres aislados y solitarios, muy inteligentes y formados, pero carecerán de lo que nosotros presumimos aún: nuestros amigos
Ver comentarios