Antonio Fernández-Repeto
Mascarillas sin decreto
Soy de la opinión que debemos seguir haciendo uso de ellas a partir de ahora pero con el mismo criterio que acabo de exponerles
Como no podía ser de otra forma y después de que el pasado martes el Consejo de Ministros dictara el decreto ley por el que se regulaba el uso de las mascarillas, hoy tendremos que referirnos a este tema en nuestro comentario quincenal. Tras declararse ... la pandemia y discutir, durante demasiado tiempo a mi modo de ver, la conveniencia o no del uso generalizado de las mascarillas, por decreto ley, se nos obligó a su utilización. Muchos fuimos los que, desde un principio, defendimos a capa y espada esta medida para evitar la progresión de la pandemia pero, nuestros dirigentes sanitarios en una postura a todas luces desafortunada, fueron muy reticentes. En ningún momento quisieron admitir la carencia de mascarillas en nuestro país para que pudiéramos protegernos y en un ejercicio de cinismo total pretendieron convencernos que no eran necesarias. Afortunadamente, al final se impuso la cordura y aunque hubo, como se esta descubriendo actualmente, muchos desalmados que se aprovecharon para hacer su particular agosto, las aguas volvieron a su cauce y nos abastecieron de las tan ansiadas mascarillas que todos hemos usado hasta ahora.
Llevamos hoy setenta y dos horas liberados de esa obligatoriedad hasta en espacios cerrados. Es cierto que si caminamos por las calles hay muchos que, desde hace tiempo las han abandonado pero, también podemos comprobar, como somos muchos los que las seguimos utilizando. Los contagios desde el viernes de Dolores y la pasada Semana Santa en Cádiz, a pesar de que los contajes no son tan estrictos, han sido 1.500 casos y siete fallecidos. La pandemia, lejos de desaparecer, sigue entre nosotros. Con menos virulencia y casos más controlados por las vacunaciones pero, sigue ahí.
Las mascarillas aparecieron en el siglo pasado en las epidemias de peste que asolaron Centroeuropa. Eran aquellas que hemos podido conocer por los grabados de la época y que parecían picos de pájaro en las que se introducían sustancias aromáticas para minimizar la hediondez de la epidemia. Posteriormente en 1897 Jan Mikulic (cirujano polaco) demostró que el uso de las denominadas mascarillas quirúrgicas disminuían las infecciones en los quirófanos al evitar que las gotas de Flügge emitidas por los cirujanos contaminaran a los pacientes. Estas las utilizamos desde entonces todos los cirujanos en los quirófanos pero no para protegernos nosotros sino para proteger a los pacientes.
Soy de la opinión que debemos seguir haciendo uso de ellas a partir de ahora pero con el mismo criterio que acabo de exponerles. Una vez que esta pandemia disminuya o desaparezca, que ojalá sea pronto, en cuanto notemos que padecemos síntomas compatibles con una infección vírica (sea coronavirus, virus de la gripe o cualquier otro que aparezca) usemos las mascarillas para evitar contagiar a las personas de nuestro entorno. Antes nos extrañábamos al ver a los orientales pertrechados con ellas, ahora debemos haber aprendido la lección y usémoslas cuando sea necesario aunque no exista un decreto ley de por medio.