Rectificar

El mayor de los impactos visuales, la ruina del Edificio de la Escuela Náutica, el desastre de la bella mole neoclásica de Valcárcel y el descampado eterno del Campo de las Balas

Los pequeños miedos que siempre merodean en la mente de un humilde columnista de un periódico de provincias son dos. Uno, el temor a repetirse, a sabiendas de que sus más o menos sus fieles lectores siempre están al quite, y que conocen al dedillo ... los temas, sus entresijos argumentarios y las cuitas que pasan por su mente. Y dos, el recelo a contradecirse. Si ayer dije blanco. ¿Qué evidencia convincente tengo para decir hoy negro?. Pues en esta columna del carnaval apócrifo, como si de un cuplé o pasodoble, al más puro estilo clásico, me voy a repetir y a contradecir.

Nada más conocer la noticia mis sentimientos y pasiones caleteras sintieron las escarpias a flor de piel. ¿Un atardecer caletero al más puro estilo de los Campos de Criptana? ¿Un Quijote alado con adarga antigua y bacinilla como celada merodeando entre castillos de escolleras? Aquello era una pesadilla de erizos como almohada y de cojines ostioneros. Imposible conciliar no sólo el sueño, sino la más inconcebible de las brujerías. Los medios de comunicación se habían hecho eco, de manera profusa, del proyecto de instalación de un parque eólico frente a la Bahía Gaditana, entre las playas de la Caleta y la Costilla de Rota. La distancia a la que se instalarían los aerogeneradores, unos seis kilómetros, causarían un impacto ambiental, contaminando paisajísticamente los atardeceres más bellos. A cambio se podría eliminar la huella de carbono de nuestra ciudad. Los ecologistas mantienen posiciones encontradas. El impacto sobre la avifauna de la zona y el fondo marino donde se pretende instalar serían algunas de las contrariedades. En su pro la apuesta por una energía limpia y renovable y la contención de un cambio climático, qué ya es una realidad. Al principio mi postura era contraria a dicha instalación. En una conversación pausada como mi hija Irene, mi ambientóloga de cabecera, la rectificación en mi postura tenaz me fue puesta en bandeja. Para cerciorarme de que mi rectificación tenía fundamento me fui a esa balaustrada de mi infancia. Esa que formaba parte de mis recuerdos adolescentes, de los primeros amores de verano, de esos días eternos de sol tibio en los que el tiempo era sólo calor y brisa. Era un atardecer con sabor a papelillos y serpentinas, donde resonaban los ensayos generales y algún que otro redoble de tambor y corneta ensimismada. Imaginé como se podría deslucir la puesta del astro rey. Muy a lo lejos, y forzando mucho la vista, intuí unas líneas alargadas, perpendiculares con el horizonte. Mucho más cerca me topé con el Castillo de San Sebastián, bastión de temporales, abandonado de uso y con aspiraciones ruinosas. Nada más ponerse el sol, y con esa luz única de Cádiz me di la vuelta. Ante mis ojos el mayor de los impactos visuales, la ruina del Edificio de la Escuela Náutica, el desastre de la bella mole neoclásica de Valcárcel y el descampado eterno del Campo de las Balas.

Rectificar es de sabios. Para la sensatez sólo hay que abrir los ojos. Lo inmediato es enemigo de lo necesario. Lo urgente eclipsa siempre a lo importante.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios