Propósitos
Posiblemente el comienzo de un nuevo año sea el momento de los buenos y nuevos propósitos
Los primeros viernes de cada mes, en horario de las clases de tarde, nos llevaban a confesarnos a la Iglesia del Carmen. Desde el Corralón, junto a la Plaza de la Reina, subíamos por Diego Arias, Plaza del Falla, Ceballos, Mentidero y Bendición de Dios ... hasta la Alameda. En fila de a uno y en silencio. Iglesia conventual en fría penumbra, confesionario a oscuras y cura carmelita con sotana negra y brillante del roce perpetuo, y olor a tabaco y café. Allí teníamos que depositar pecados ridículos esperando la absolución que le diera la tranquilidad a nuestras, aún, inocentes almas.
De todos los Sacramentos el que tiene el ritual más personal e introspectivo es el de la confesión. Examen de conciencia, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. Así se plasmaba en el Catecismo. De todos esos pasos el del propósito de enmendarse y de no volver a caer en la tentación del demonio siempre fue el más difícil de cumplir.
Posiblemente el comienzo de un nuevo año sea el momento de los buenos y nuevos propósitos. Un cambio de ciclo en nuestras vidas, una sutil esperanza de poder conseguir esa reforma interna de la que nadie está libre. Qué si dejar de fumar, qué si aprender inglés, qué si hacer una dieta más sana, qué si apuntarse al gimnasio para estar en plena forma en primavera, qué si intentar ser mejor persona con los que no rodean. Toda una ristra de declaraciones de buenas intenciones que casi siempre se desinfla en cuanto los días empiezan a ser más largos. Los psicólogos aconsejan que, pese a la incertidumbre de la pandemia, hacer una lista de buenos y nuevos propósitos puede ser de utilidad. Con ello podremos reforzar esa autoestima que tanto hace falta para el control de nuestra propia vida. Esa lista debe ser lo suficientemente realista como para no provocar la frustración de unos objetivos inalcanzables, pero también lo bastante exigente com o para no adormecerse en la rutina y en la laxitud.
Mirar fijamente durante unos segundos a los ojos de las personas que nos rodean, esbozar una sonrisa de confabulación, y darnos cuenta de que toda la vorágine que nos persigue en el día a día no sirve de nada sin esa complicidad que da el cariño y el afecto. Salir a la calle, respirar hondo durante un minuto, abrir bien los ojos, alertar a nuestros oídos e impregnarte de esas pequeñas cosas, de esos placeres sutiles que la vida nos regala insistentemente cada día a día. Repasar nuestro pasado, afianzarnos en vivir un presente que nunca se volverá a repetir y contemplar el futuro como lo que es, un proyecto esperanzador. Ponernos en «los zapatos del otro» y hacer que ese caminar entre guijarros sea llevadero. Volvernos tan egoístas como para que nuestro yo sea transferido a los demás. Procurar ser mejores personas y no cejar en el intento.
«El hombre propone y Dios dispone».