Principio y fin
El Corpus del año 1936 cayó en el día de San Antonio
El Corpus del año 1936 cayó en el día de San Antonio . Las Leyes de la República permitieron su celebración, pero con restricciones. El día no fue festivo. La solemnidad sólo consistió en una procesión dentro de la Basílica Catedralicia, que ... según las crónicas estuvo abarrotada de fieles.
Llegó el calor de julio y los partiditos de las casas de vecinos, de los barrios más poblados y pobres, permanecían con las puertas abiertas, incluso aquellas noches sofocantes. Algunas damas de noches, sembradas en tiesto de latas, ponían el toque aromático a la luna de canícula. Pero, aquel verano cayeron bombas , hubo venganzas recalcitrantes, aceite de ricino para aliñar los rencores y purgas por doquier . Los lebrillos y los brocales de pozos recordaban lo efímero del grito de esas mujeres que reivindicaban lo que eran, el pilar que sustentaba la vida familiar».
Y llegaron los cuarenta, con su hambre y penurias a cuestas . El decomiso, la confiscación y el estraperlo. Las cartillas de racionamiento y las poleás compartidas. La harina de garbanzo y el expurgar lentejas con más piedras que grano. La carne y el pescado eran cosas raras, los huevos sólo simples genitales. Y los cincuenta y los sesenta de resistencia , de trabajar a destajo por sólo el sustento, de maletas con cuerdas y de migración hacia el norte, de despedidas sin regreso. Algo parecía cambiar, aunque sólo fuera la ilusión de los que no conocieron la barbarie, de esa generación que sin conocer el dolor sabía de esperanzas.
Y por fin se acabó la opresión, lo gris y lo negro . El final de siglo les llegó con los deberes hechos y con la sabiduría y la certidumbre de que habían salvado a España. Incluso en los albores de del siglo XXI con mucho orgullo supieron mitigar la crisis de sus hijos y nietos.
Ahora les tocaba descansar , con esa sonrisa socarrona del que sabe que ha estado a la altura. La sociedad estaba endeudada con ellos. Los datos de la esperanza de vida les hacía sacar pecho. Les hicimos creer que sus cuidados y atenciones se habían convertido en asunto de estado. Viajaban como si les fuera la vida en ello. Bailaban hasta el amanecer con soltura y sin achaques . Aprendían con ansias de saber. Conversaban de todo lo conocido y por conocer. Y sobre todo disfrutaban con las ganas del que sabe que es su última oportunidad.
Algunos desde sus casas y otros desde la soledad compartida de los centros de mayores vivían la plenitud postrera. Siempre con la sabiduría que les brotaba a borbotones, a veces confundida con batallitas de gente mayor.
Pero un buen día una fatalidad invisible les vino a decir que todo se había acabado, que todo fue una ilusión, un mero delirio, que la mortalidad la tenían garantizada en la peor de las condiciones, despojados de sus seres queridos y con la guadaña a los pies de la cama.
No pudieron escuchar los aplausos. La soledad fue su último responso. Nadie les acompaño en el último viaje . El barquero Caronte nunca había visto nada igual.