Personajes
Un nuevo personaje caletero hace furor. Calvo, gafas ostentosas y coloretes, toalla amarilla y tanga azul
La palabra persona procede del vocablo latino ‘persôna’, que a su vez deriva del etrusco ‘phersus’, sobre una posible raíz griega de ‘prósôpon’.
En las obras teatrales griegas los actores se colocaban un ‘prósôpon’ (máscara), con diferentes muecas, sobre el rostro con el fin de ... mostrar al espectador algún tipo de sentimiento, como la alegría, la tristeza, la rabia o la ira.
Sus derivadas ‘personajes’, ‘personillas’ o ‘personalidades’ son fácilmente ubicables con los nítidos límites establecidos en la obra maestra de Ramón Solís ‘El Cádiz de las Cortes’.
Las casas palacios de varias plantas y con fachada a las plazas señoriales eran el lujoso alojamiento de las personalidades. Las casas de pisos que albergaban a los profesionales, en las calles aledañas a dichas plazas, eran para los personajes y las casas de vecinos, a modo de corrala donde todo era compartido, eran para las personillas.
El comisario Rogelio Tizón y el taxidermista afrancesado Gregorio Fumagal son personajes que circunscribían sus andanzas entre la Alameda y San Antonio (‘El asedio’, Arturo Pérez Reverte). Chano, de la familia de los Fernández Edurne, pertenecía a la categoría de personalidad de rancio abolengo, pero renunció a la tradición familiar de una vida dedicada al comercio para ejercer su vocación, la medicina (‘Un siglo llama a la puerta’, Ramón Solís). Gabrielillo pertenecía a la categoría de personilla. Su estancia tutelada en Vejer de la Frontera no consiguió sumir en el olvido su casta de pillo caletero (‘Trafalgar. Episodios Nacionales’. Benito Pérez Galdós). Todos esos personajes dieciochescos tienen un espacio común transitado. Nuestra Caleta está siempre presente en sus vidas.
La Caleta es muy de personajes. Parece que las luces de los distintos atardeceres y las sombras peculiares del orto le confieren esa condición de espacio singular donde surgen tipos variopintos. La conjunción del portador de indumentaria con traje de neopreno recortado y calzado de gargajillos con suela antideslizante es propio del extinto mariscador de cangrejos moros o del portador de garabatos con aspiraciones de erizos.
El de la caña del país y canasto, con pan mojao para lisas y sapos, está desaparecido. Sigue en su baluarte de balaustrada el morsegón, ese que luce moreno de manos y cara, que siempre está al quite de poses femeninas. Presentes de mayo a octubre, las de piel canela, portadoras de sillas y tiestos varios, que se dan el último baño al atardecer. Las del bingo comunitario al resguardo de Hacienda.
Está la tropa infantil que elude prohibiciones alrededor de las barcas. El del carrito de las bebidas frías y las papas fritas, el de los camarones y las de los quioscos de helados de las bajadas. La peña de morenitos sesentones del Puente Hierro. El del mono sin mangas que mantiene con lustre el Club. La parejita del musculitos y la piba del tanga. El de las duchas y la vigilante de las banderas de colores. Aquel año 1987 el Fletilla hizo el pregón, y un señor extraño con gafas y nariz postiza se nos metió en el cartel del Carnaval. Un nuevo personaje caletero hace furor. Calvo, gafas ostentosas y coloretes, toalla amarilla y tanga azul. Al fondo el Castillo de siempre. Nada más verlo da calor.